Sí. Porque instaura la muerte en todas partes. Porque la gran variedad de la vida la sustituye por rombos y triángulos en todas las esquinas. Porque todo lo que tenía vibración lo convierte en geometría y falsedad. Porque instaura la pijería y el distanciamiento a costa de todas las palpitaciones de la vida.
Antes cada país, cada comarca, cada pueblo, cada abuela, tenía su propia personalidad. Los locales estaban vivos y llenos de tradición viva. Se apreciaban sabores y vida concreta de carne y hueso. Ahora no hay más que triángulos fríos por todas partes. En el mundo entero te encuentras lo mismo. El diseño ha matado la multiplicidad de la vida. Por eso el diseño es un genocidio.
Ayer veía Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore, un homenaje a las salas de cine, que también se han ido todas con su vivencia tan intensa, con su variedad y su sueño, en aras del video que en todas partes es igual, o de la última máquina funcional, que es siempre igual. Siempre inventan a favor del simplismo y la uniformidad, a favor de que no tengas que moverte para nada, de que seas una momia pasiva e igual en todas partes.
Y yo me fijaba en la taberna a donde iban los parroquianos antes y después de ir al cine, cuando no estaban todos rascando la barriga en el sofá. Y veía toda la vibración que tenía esa taberna, toda la vida y la imaginación que había en ella, toda la densidad de vivencias, cuántas tabernas distintas había en cada rincón del mundo. Una taberna italiana no era lo mismo que un pub de Tennesee ni que una bodega de las Rías Bajas. Pero con el diseño moderno solo hay lo mismo en todas partes. En todas partes la misma pijería y frialdad. Y las personas diseñadas en serie en todas partes. El diseño como una guadaña acaba con la variedad y la vida. Por eso es un genocidio.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRTOR
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