"Completamente. Además; vida! / Completamente. Además; muerte! / Completamente. Además; Dios! Completamente. Además; nadie! / Completamente. Además; nunca! / Completamente. Además; siempre! CÉSAR VALLEJO Al soportar la carga de otros, al compar
Ya estamos en la quinta semana de cuaresma, a las puertas de la Semana Santa, camino de la cruz para llegar a la luz. La primera palabra de Jesús no es la cruz y la última la muerte, su primera palabra es el amor y la última la vida. La mayoría de los cristianos, sin renunciar al triduo ofrecido por la liturgia en Semana Santa, organizaban sus devociones, como un intento de traducir al lenguaje popular el contenido de los ritos oficiales, a veces difíciles de comprender. Desde el siglo V, el pueblo, organiza el vía crucis, posiblemente popularizado por los peregrinos que acudían a Jerusalén, para ayudarles a profundizar en la fe y la oración del acontecimiento clave de la cruz: la redención.
El vía crucis nunca ha sido una práctica obligatoria en la Iglesia, pero casi todas las generaciones de cristianos siguiendo la estela de la devoción popular, han tratado de recorrer los pasos de Jesús en su camino al Calvario. En ese camino, los cristianos nos movemos en las antípodas, en él queremos expresar la vida, pero la manera de comunicarlo es mediante la muerte. La muerte de Jesús fue consecuencia de su vida, de su fidelidad a la verdad, de la realización de lo que el Reino de Dios significa. El proyecto de Jesús no fracasó ni permaneció como mera promesa y profecía: se realizó en el crucificado. En ese amor impotente del crucificado está Dios mismo, identificado con todos los que sufren gritando las injusticias de todos los tiempos
En una de las estaciones que nos llevan al calvario, los evangelistas sitúan a Simón de Cirene, el Cirineo, obligado por los soldados romanos a llevar la cruz de Jesús que va agotado. Ha perdido mucha sangre. Cae bajo la cruz, le faltan fuerzas. Los soldados obligan a cargar la cruz al primero que ven, un hombre que llegaba del campo, llamado Simón, cansado de soportar el peso del día. Lo requisan para una tarea humillante, obligado a cargar con el madero del dolor ajeno, posiblemente aguantó a regañadientes, incluso con rebeldía.
De la irritación inicial y de la zozobra, es posible que pasara a sentir el dolor de ese hombre, ¿o fue una mirada de Jesús? Lo cierto es que, no se puede estar junto a alguien que sufre sin compartir de algún modo su dolor. ¿No era el condenado Jesús, un hombre que predicaba el amor de Dios y que invitaba al amor entre los hombres, que curaba a los enfermos y moribundos, que alentaba a los pobres y desesperados y que comía con los pecadores y perdonaba sin juzgar a nadie?. Probablemente, el Cirineo comenzó a intuir que en aquella cruz había algo misterioso que llevaba bendición y vida, fue aprendiendo junto a Jesús el significado de ayudarle a llevar la cruz. Quizás aquello le hizo más consciente del sufrimiento de quienes le rodeaban, como leprosos y tullidos, de pobres y proscritos, abandonados por todos, incluso por las autoridades religiosas.
En medio de esta pandemia, ¡a cuántos de nosotros de modo imprevisto nos ha caído encima una carga para la que no estábamos preparados y estamos obligados a llevarla!. No esperábamos las consecuencias del virus; perder algún familiar, como tampoco los cientos de muertos, sobre todo de ancianos; la falta de trabajo de tantos como consecuencia de la pandemia; las colas del hambre; el cierre de muchos negocios; la falta de sueño por las preocupaciones; las muertes en el mar huyendo de la miseria y la falta de oportunidades en medio del virus, como la de la niña Nabody, que llegó en patera a las Canarias y murió con solo dos años.
La cruz, no es un elemento pasivo y de aceptación de este mundo, es su negación más clara y firme. Buscar el Reino de Dios, nos está pidiendo una actitud crítica con los poderes de este mundo; ojos abiertos ante todas las víctimas, emplazándonos a ser cirineos, ayudando a sujetar la carga a todos los que sufre. Simón es el arquetipo de los hombres y mujeres que acompañan a los demás en su dolor, en el dolor físico o en el dolor del alma. Todos estamos llamados a compartir de alguna forma el dolor de nuestro prójimo, escuchando, compartiendo, acompañando sin hacer preguntas.
Como Simón, hay mucha gente corriente en nuestro mundo, que se encontraron un día con el dolor y la cruz, tal vez a regañadientes, pero ayudaron aliviar el dolor. Ahí están nuestros médicos y enfermeras, que acompañaron exhaustos a todos aquellos que se contagiaron; como no recordar a los que ayudan a los que no tienen para comer, como Cáritas; a los ancianos que están solos en estos momentos y son acompañados por un vecino o un amigo; a todos aquellos que acompañaron a nuestros difuntos cuando no podíamos salir de casa; a los que se preocupan por los que nada tienen y nada son.
Todos estamos llamados a compartir en alguna medida la angustia de nuestro prójimo, y lo haremos cuando menos lo esperemos, tal vez, al salir de trabajar o este fin de semana. Siempre poniendo mucho amor, humanidad y paz, y a veces hasta mucho sentido del humor. Compartir el dolor, no solo con aquellos que amamos, forma parte de la condición del ser humano. El verdadero vía crucis ser reza en la propia vida, la liturgia consiste en acompañar a los crucificados, ayudando a cargar con su cruz.
Ante tantas cruces pesadas e incomprensibles, es mayor el poder de nuestra fe. Ante el dolor, Dios tiene el corazón abierto y escucha nuestros lamentos, para que "nada de cuanto existe se pierda" (Sb 11, 25). Sabemos que, caminando con Jesús hacia el misterio de la cruz, gozaremos con él de la vida. También sabemos que hay una extraña luz que surge bajo las aguas en todos aquellos que ayudan a otros en los momentos más difíciles, es una santidad de personas ordinarias, algunos sin saberlo, que reflejan la luz de Dios.
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