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Una habitación propia
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Una habitación propia

Actualizado 14/03/2021
José Luis Puerto

Cuando aún siguen quedando resonancias, tras la jornada del pasado ocho de marzo, celebración internacional del día de la mujer, nos parece que viene bien traer a colación ese título de la narradora inglesa Virginia Woolf 'Una habitación propia', que tanta fortuna ha tenido y está teniendo, al haberse tomado como emblema verbal de ese espacio ?personal y, al tiempo, social? que las mujeres necesitan para poder acceder a esa ansiada visibilidad, e igualdad, en una sociedad que tradicionalmente se las niega.

Dudamos ya, sin embargo, que este libro de Virginia Woolf, tan hermoso, por otra parte, y tan sugestivo, haya sido muy leído entre nosotros, ni lo esté siendo. Se publicaría en 1929 y, en él, la autora reivindica la necesidad de un espacio propio femenino, para que ese acceso a la humanización y, por lo tanto, a la dignidad, sea posible para todas las mujeres.

La obra, es al tiempo, una hermosa reivindicación de la cultura, como espacio en el que los seres humanos, todos, nos podemos reconocer y dignificar. "No hay necesidad de apresurarse. No hay necesidad de animarse. No hay necesidad de ser más que uno mismo" ?indica la escritora en un momento determinado?. Es un elogio de la lentitud, de la intimidad, de la importancia que tiene ser fieles a lo que somos, más allá de esos encorsetamientos en los que tratan de ahormarnos las convenciones sociales, para que no podamos realizar ese itinerario hacia nosotros mismos y hacia los demás, que constituye, en el fondo, la verdad de la vida.

Porque también podemos entender el sentido de una habitación propia como un país en el que todos podamos sentirnos a gusto, en el que se respete la diversidad de identidades, de formas de ver el mundo y de estar en él; en el que no sea la crispación ni la agresividad las notas que sobresalgan sobre todo lo demás.

Una habitación propia, un país propio, de todos y para todos, sin cerrazones de ningún tipo. Pero ¿eso es posible en días en que vuelven los tamayazos, en que las decisiones del honrado pueblo soberano se tergiversan, en que se atiende más a tener la sartén por el mango que a estar al servicio del bien común, que debiera ser el horizonte e ideal de quienes nos representan y gobiernan?

Necesitamos, desde luego, también en el último sentido del que hablamos, una habitación propia, para vivir de modo pleno la aventura de la vida, la más hermosa tarea que a cada uno nos toca en suerte. Y hay muchos modos de hacerlo.

La obra de Virginia Woolf es, al tiempo y acaso sobre todo, una propuesta de vivir la cultura, la literatura, la lectura, la creación narrativa en su caso, como modo de humanizarnos, de ser mejores.

Nos esperan, para ello, las grandes obras clásicas y contemporáneas. Y las pequeñas. Esas obras recogidas, secretas, íntimas, también reveladoras, que están ahí, a la espera de nuestros ojos, de nuestra comprensión, de nuestra sensibilidad, de nuestra alma.

Y, solo así, comenzaremos, de verdad, a conquistar esa habitación propia, a la que, por otra parte, todos están invitados. Pues la fraternidad es siempre uno de los valores que más pueden salvarnos.

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