Se dijo que las manifestaciones del 8 de marzo del pasado año le abrieron las puertas al Coronavirus de par en par. No sé si será verdad, no sé si será mentira, lo único cierto es que el día 14 y por vía de urgencia el Gobierno tuvo que declarar el estado de alarma en todo el territorio nacional. Ha pasado un año. El virus se convirtió en pandemia, nos cambió la vida de repente, y más que ganas de recoger velas y largarse de una vez por todas, parece que se ha empadronado entre nosotros por tiempo indefinido. Ya no estamos en estado de alarma, pero seguimos en estado de angustia, de tristeza, de miedo. A pesar de la situación no pocas mujeres llevan días y días asegurando que se echarán a la calle para visibilizar sus problemas de género, es un derecho, y con permiso o sin permiso, no dejarán de ejercerlo.
Las autoridades sanitarias insisten en que permitir las manifestaciones podrían desencadenar la que ya llaman cuarta ola. Los políticos, para no perder la costumbre, se dividen, y mientras que unos gobiernos autonómicos las autorizan otros las prohíben. ¿Qué pasará? Eso lo veremos a lo largo de esta jornada que se despierta nerviosa por tantos desacuerdos. De todos modos, conmigo que no cuenten, hay muchas formas de manifestarnos y algunas deberíamos practicarlas todos los días, además, aunque es cierto que en este país hay que gritar para que te oigan y hablar alto, firme y claro para que te entiendan, no estoy yo muy segura de que estas manifestaciones que cada año son más multitudinarias sirvan para acabar con los verdaderos problemas que sufren las mujeres por el hecho de serlo.
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