"Pero un poema es una criatura verbal hecha de maravillas" (Juan Antonio González Iglesias)
Los eruditos hablan de artefacto
cuando estudian las líneas del poema
en su asiduo gesto de inventario.
Nombran sus engranajes previsibles
cual mecanismos estrictos de reloj
donde embridar su furia desatada.
Explican que en ellos se acomodan
las piezas del mecano de la lengua
como un riego previsto exactamente
en el mismo minuto cada día.
Escriben sobre sílabas pautadas,
ritmos computados con metrónomo.
Yo prefiero el nombre desvelado
del poeta que ha penetrado en la fronda
luminosa en desvarío: Criatura,
que comprende la vida y el aliento.
Su corazón de lluvia está repleto
de arterias de llamas que conjugan
la suma insensata de contrarios.
Paradoja la apodan los expertos
sin poder concebir lo incomprensible.
Pero a mí me gusta imaginar
que es el fulgor de la ebriedad
destilada por locos y por sabios
que asisten a la unión entre las cosas
cual pájaros radiantes ya sin jaula.
Palabras que hacen de todo lo que
existe firme nudo que disuelve
los ojos del lector en catarata.
No hay otra manera de ascender
sino a lomos del poema y contemplar
el mundo desde lo alto de su cumbre.
Sólo puedo pensar la maravilla
como el lugar de partida y llegada
del fanal milagroso de los versos.
Y puestos a escoger entre prodigios,
elijo aquellos atardeceres lentos,
sus turbios arrabales y desdichas
que hicieron de la vida del porteño
un abrazo de húmedos zaguanes
e infinitas auroras y ponientes.
También las azucenas en la noche
donde reclinar cansancio y miedo
como hizo ardiente el carmelita.
Los ojos verdes de la de Nevares
donde se podía oír batir el mar.
Las cancelas del cielo de Tarquinia
con su sueño de potros y cervatos.
La ceniza que alzada ante la luz
es proclamada a modo de esperanza.
La gravitación quieta de horizontes,
la risa confundida con la fuente,
las pequeñas cosas en pañuelos,
la libertad de estar presa en tu nombre,
Preciosa y su sonaja hecha de luna,
el don que no se halla entre las cosas,
la búsqueda exacta de lo que eres,
el aullido interminable del vivir,
el fruto que es resumen ya del árbol,
los hombres que con luz van más deprisa,
la vida que canta y se entrecruza,
la noche tras el sol tan de repente,
el cansancio de ser y de haber sido,
el taxi y el amor conjuntamente,
las espinas que no son tan pequeñas?
?Y tantos?, que no son artilugios
sino habla en amor con quien escucha.
No sabría definir que es un poema.
Pero en ellos resguardo yo mi vida
del tiempo, del mundo y su tristeza.
Como íntima hoguera frente al frío.
Asunción Escribano, de "El canto bajo el hielo" (Ediciones Carena, 2021)