Que el tiempo pasa volando es un dicho muy manido, pero sin embargo es totalmente cierto en algunos aspectos en los que, cuando uno se fija en el calendario, no tiene la sensación de que los años hayan pasado tan rápido.
Algo así me pasa a mí con Sandra, a cuyo lado he pasado ya diez años de mi vida y, ciertamente, he de reconocer que se me han pasado volando, y que he tenido una enorme fortuna por encontrarme una compañera de viaje tan llena de bondad y alegría, para poder afrontar las duras pendientes que pone por delante de nosotros la vida.
Un viaje vital que, curiosamente, pese a no ser ninguno de los dos de ahí, comenzó en Ciudad Rodrigo, donde la casualidad o la fortuna hizo que nos topásemos, merced a una amiga en común. La conexión fue momentánea, como si nos conociésemos de toda la vida, y se nos pasaron los minutos y las horas hablando sin parar, conociéndonos como personas y dejándonos llevar por las estrechas y bellas rúas del casco antiguo mirobrigense, que ayudaba a llenar de magia esos primeros momentos juntos.
Desde entonces, han sido numerosas las vivencias que hemos compartido, recuerdos amasados y atesorados, épocas en las que las circunstancias de la vida nos pusieron más fácil o más difícil poder compartir el tiempo, momentos alegres y golpes de la vida que han sido menos duros de encajar teniendo al lado a una gran persona.
Y es que parece que fue ayer cuando dimos nuestros primeros paseos a la luz de la luna en Salamanca, ciudad que nos sirvió de nexo de unión en una época estudiantil que se antoja ya lejana, cuando las grandes preocupaciones y esfuerzos se daban en las semanas previas a tener exámenes, haciéndose más llevadero el resto del año, cuando los trabajos a cumplimentar no exigían una dedicación tan intensa como los exámenes y facilitaban quedar a tomar algo o a pasear, para ir sabiendo más de la otra persona e ir descubriendo poco a poco su interior.
Hoy, diez años después, después de tanto tiempo, tantos recuerdos y anécdotas compartidas, es posiblemente más lo que conocemos el uno del otro que aquello que desconocemos, y la complicidad tejida mutuamente hace que comprendamos mejor su forma de ser y entendamos plenamente su humor, aún y cuando, previendo algunos chascarrillos, es inevitable seguir sorprendiéndose de numerosas ocurrencias que provocan profundas carcajadas, en ocasiones hasta llegar a llorar de risa.
Por todo ello, he de decir que me siento enormemente feliz por haber podido disfrutar de esta década junto a ella, y espero que nos queden muchas más de poder compartir camino vital hasta que, por mera ley de vida, uno de los dos tenga que abandonar este mundo para reencontrarse con aquellos seres queridos que ya no están por estos parajes terrestres.
Gracias Sandra por estos diez años, por estar ahí en los momentos duros, por estar haciendo más joviales los momentos alegres, y por ser simplemente como eres, toda una bendición para afrontar esta vida que espero poder seguir compartiendo contigo.
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