Se meten en cuestiones lingüísticas, sanitarias. Dentro de poco decidirán sobre decoración. Uy menos mal que nadie me lee. Cualquiera se mete con los jueces. A veces pienso que son los amos del mundo, puedes criticar a cualquiera , pero al criticarlos a ellos te arriesgas. A veces creo que su rollo de la independencia judicial significa: hacemos lo que nos da la gana. Tienen sentencias alucinantes, privilegian a los bancos contra los humildes clientes, privilegian a los violadores contra las violadas. A menudo me da pánico pensar en sus decisiones. Me producen temor y temblor, como Kierkegaard decía que debe producir Dios. Sus caminos son inescrutables.
Y encima quieren meterse en todo, en cada rincón de la vida. No es solo que haya leyes para todo, dentro de poco habrá leyes para regular el papel de wáter, es que hay decisiones judiciales para todo. Hace poco un juez decidió que un cine no podía prohibir que entrara la gente con comida. Ya se han vulgarizado los cines al máximo, nos asalta esa vulgaridad de los tipos que entran con comida en las salas, que nos molestan con el ruido de sus palomitas, dentro de poco entrarán con callos y les pringarán por la camisa, incluso podrán entrar con una parrilla para hacer una barbacoa. Por decisión judicial.
Ver películas ha pasado de ser algo intenso y un sueño a ser un consumo, se ven películas como se toma coca cola o se mastican hamburguesas. Los cines ya no son sitios fascinantes donde uno se aísla de la vulgaridad de la vida y cree en Jacqueline Bisset, ahora son parte de los centros comerciales vulgares y masivos. Pero acabarán por decidir como me tengo que sentar en el wáter. Los jueces tienen poder para todo. Qué miedo escribir este artículo. Si no ven más artículos míos aquí es porque algún juez todopoderoso me ha echado el guante.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR
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