Cuando el otro día recibí vía WhatsApp un informe sobre el caos organizativo que sufrieron los centros de salud de la Comunidad de Madrid y las consecuencias que esta desorganización pudo tener en los mayores de 80 años, citados para ser vacunados contra el COVID19 y en el personal sanitario para cumplir su trabajo, me di cuenta de que el cuarto Mandamiento del Decálogo de los creyentes cristianos ya no ejercía ninguna influencia en las conductas en relación a nuestro mayores.
En resumen, lo que algunos pocos periódicos han publicado es lo siguiente: la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid informó a través de la prensa, con 48 horas de antelación, que los centros de Atención Primaria (A.P.)comenzarían a vacunar el pasado 25 hasta el 5 de marzo a todos los pacientes de más de 80 años. Los centros de salud se enteraron por la prensa. Ese mismo día la Consejería envió a los centros de A.P. las agendas de vacunación, con 160 pacientes diarios, repartidos entre las 15.30h y las 19.30h. Las agendas enviadas eran inamovibles. Pero, por ejemplo, el personal sanitario y sindical del centro de salud de Carabanchel, Nuestra Señora de Fátima, informó que en las listas enviadas había enormes errores: desde personas fallecidas hacía mucho tiempo, a grandes dependientes que no podían movilizarse para ir al centro de salud, o mayores en residencias que ya estaban vacunados. En el citado centro, según las horas disponibles deberían vacunar a los 160 pacientes diarios, en poco más de un minuto por paciente, no pudiéndose cumplir el protocolo de que el vacunado debe esperar al menos 15 minutos, por si tuviera alguna respuesta anómala, en el mismo centro. Faltaban jeringuillas apropiadas para poder sacar seis dosis de cada aplicación y no perder muchas dosis con otras jeringuillas.
Ante este cúmulo de dificultades, los equipos sanitarios se tragaron sus protestas y su impresión de que de nuevo la Administración quería que todo fracasara ( quizás para no tener más remedio que privatizar la sanidad) y se pusieron manos a la obra; con una nueva reorganización de los tiempos y las listas, flexibilizando las tareas, coordinándose con otros centros de salud, han logrado ( hasta el día en el que escribo estas líneas) que las graves incomodidades que iban a sufrir los mayores, con largas colas de espera, con apiñamientos en pequeñas salas de espera tras ser vacunados, con la impresión de falta de respeto por la falta de tiempo mínimo de atención individualizada, hayan sido parcialmente resueltas. La unidad de todo el equipo de cada centro, la buena coordinación entre los centros, hasta ahora ha vencido una planificación impuesta, que estaba llamada a que, de nuevo, nuestros mayores se sintieran maltratados.
Como se han sentido en las catastróficas fases previas de la pandemia: con los miles de muertos de numerosos ancianos de residencias en la primera ola, con la orden de no ser derivados a centros hospitalarios, con la soledad y la incomunicación de largos meses, con los mismos o parecidos errores asistenciales en la segunda y tercera ola.
Gracias a la generosidad y buena preparación de los sanitarios madrileños, los ancianos y mayores no han vuelto a sufrir los maltratos repetidos de las anteriores fases, que seguramente les ha llevado a la mayoría a pensar que en la sociedad donde han vivido, trabajado y servido a los demás, el cuarto Mandamiento de la ley de Dios, Honrarás a tu padre y a tu madre, había desaparecido para siempre de las mentes y de los corazones.
El nivel de civilización de una sociedad viene determinado por cómo esta sociedad trata a los niños, a los enfermos y a los mayores. En estas dolorosas ocasiones, como la actual pandemia, las grandes disfunciones y las mejores virtudes de los humanos aparecen, nítidas, en las conductas claramente observables.
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