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Cristo de Venancio vs Cristo de las Batallas
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Cristo de Venancio vs Cristo de las Batallas

Actualizado 02/03/2021
Antonio Matilla

Dice una buena amiga, que tiene un cargo ?o mejor una carga- importante en la Iglesia, porque las mujeres también "mandan" en la Iglesia, aunque menos de lo que merecen y demuestran, pero todo se andará; dice, digo, que "en la Iglesia la coordinación y la unión son una vocación añadida", como quejándose de que, como en muchos otros ámbitos de la sociedad, también en la Iglesia "cada uno vamos a nuestra bola"?Cristo de Venancio vs Cristo de las Batallas | Imagen 1

Pues no es el caso, porque el Cristo resucitando del muy ilustre escultor salmantino Venancio Blanco está expuesto en la Capilla del Cristo de Las Batallas, en la Catedral Nueva de Salamanca, gracias a la buena coordinación y a la unión de fuerzas, porque ya se sabe que "divide y vencerás", o sea, dividirás todavía más, creando vencidos, pero cuando se piensa en el bien común "la unión hace la fuerza" y a las testudo romanas era difícil atacarlas, precisamente porque luchaban "como un solo hombre".

"De casta le viene al galgo" digo, la unión. Viene, nada más y nada menos que de la Santísima Trinidad, unidad perfecta en la diversidad perfecta, lo que indica que si Dios es distinto en su unidad ¿por qué no vamos a ser nosotros también distintos sin dejar de estar unidos? ¡Ay, qué difícil me lo ponéis, Sancho, que es más fácil dividirse que unirse!

Sea como fuere, parece que en la Iglesia soplan vientos de unidad, en parte por virtud ("que todos sean uno como tú, Padre, y yo somos uno", que oró Jesús (cf. Juan 17) y en parte por necesidad, porque no están los tiempos, con su globalización exacerbada, para la multiplicación de chiringuitos. Y también, si somos cristianos verdaderos, porque esa es nuestra misión, la de estar unidos, "para que el mundo crea que Tú me has enviado", porque una buena unión contrarresta trescientos ataques furibundos en redes sociales o en la verdulería o terraza de la esquina.

Pues, señor, como dicen en los cuentos, la unión se ha producido. A cuatro bandas: Cofradías de la Soledad y del Yacente, Cabildo Catedral y Fundación "Venancio Blanco". Entre todos hemos traído la magnífica imagen del Cristo en Sábado Santo, de Venancio Blanco, para que dialogue con el mucho más antiguo "Cristo de las Batallas", que trajera, hace taitantos siglos, el refundador de la diócesis, Ieronimus de Periguex, obispo, capellán del Cid y quién sabe si autor del "Cantar del Mío Cid", cual "negro literario" medieval en funciones de secretario.

Pero no todo van a ser historias. La potencia simbólica de ambos Cristos creo que puede ayudarnos mucho a pasar esta Cuaresma pandémica de forzadas penitencias: no tocar, no toser, no saludar, ir permanentemente con menos carilla, porque la mas-carilla solo permite ver nuestra carilla más noble y, por lo tanto, más hermosa, los ojos, ventanas del alma, y la frente pensante. Pero los ojos y la mente nos permiten contemplar. La contemplación puede ser un regalo inesperado de la pandemia.

No sabemos exactamente qué le pasó a Cristo una vez que José de Arimatea y Nicodemo,-ayudados por las mujeres, después de aquella primera y más importante "Piedad" de Jesús muerto en brazos de su Madre- depositaron en aquel sepulcro nuevo el cuerpo muerto de Jesús.

Venancio Blanco se atrevió a imaginar qué pasó. La imaginación de un artista consagrado no tiene límite, a menos que él mismo quiera ponérselo. O de otra manera, Venancio logró embridar su poderosa imaginación con dos frases cortitas del Credo: "descendió a los infiernos" y "al tercer día resucitó de entre los muertos". ¿Qué está haciendo Jesús en la imagen de Venancio Blanco? Yo veo dos acciones: está levantándose, pero no mucho, porque primero tiene que bajar hasta "los lugares inferiores", los que están por debajo, "el lugar de los muertos", porque la experiencia nos dice que la Humanidad siempre ha enterrado a sus muertos ?por ejemplo en la Sima de los huesos-, o los ha quemado, en casos de pandemia o de superpoblación, como en la India. Cuando Jesús desciende a lo inferior nos está proclamando algo muy actual: los ahogados en patera también tienen nombre ante Dios, Dios puede nombrarlos a cada uno; a los muertos desconocidos, sin familia ni perro que les ladre, Dios los tiene fichados; los descartados por las consecuencias indeseadas de la globalización y de la economía de despilfarro, también cuentan para Dios. Yo, cuando comparta con Jesús la muerte, también seré llamado a la vida; porque "aunque tu padre y tu madre te olvidaren, yo, Dios, no te olvidaré" (cf. Is. 49, 15). De modo que Jesús "bajó al lugar de los muertos" y se trajo consigo las almas de Abrahán, Isaac, Jacob?y la señora Eufrasia, que significa alegría, para que le acompañaran en la alegría suprema de la Resurrección.

O tal vez Jesús tuvo ese impulso de despegarse de la fría piedra del sepulcro solo una vez, en su Resurrección, porque a fin de cuentas, el poco tiempo que pasó en el sepulcro, estuvo "en los infiernos" y, con Él, todos hemos empezado a resucitar, porque ante el Padre de Jesús, Dios vivo, "mil años en su presencia son un ayer que pasó, una vela nocturna?de Viernes Santo al atardecer, a la madrugada -cuando aún era oscuro-, del Domingo de Resurrección" (cf. Salmo 89).

El Cristo de las Batallas nos habla de otra manera, como Rey vencedor del Mal y de la muerte, en majestad desde la misma Cruz. Los salmantinos, de generación en generación, habrán venido a consolarse y a buscar fuerzas para seguir haciendo el bien durante las epidemias de diversas pestes, también cuando los malditos Bandos parecían no acabar nunca -¿Cómo seguir haciendo el bien a mis vecinos cuando estamos divididos por empalizadas en una ciudad tan pequeña como esta? "¡Concédeme valentía, Cristo de las batallas, y protégeme para que no me contagie del cólera y pueda seguir ayudando algo a mi familia y a mis vecinos infectados!" Si Cristo derrotó al mal en la misma cruz, Él nos dará fuerza también para derrotar al coronavirus y para no perder la paz después de tantos meses de resistencia contra un bicho invisible, caprichoso y tantas veces mortal.

El Arte, también el arte religioso, a veces nos hablan con su silencio visual: lo que no se ve, lo que no está, es muy importante y, si no nos esforzamos en verlo, no habremos entendido más que una pequeña parte de la verdad y puede que el mensaje salvador no nos llegue y, todo lo más, podamos decir: ¡Qué bonito, quedaría bien en el Museo! El Cristo en Sábado Santo de Venancio y el Cristo de las Batallas, el original, no las copias, tienen al menos una cosa en común: no tienen Cruz, el uno porque ha sido descendido de ella para ser puesto en el sepulcro, el otro, porque la hicieron desaparecer en la última restauración artística. Y entonces ¿No hay Cruz? Y si la hay ¿dónde está? Es la que llevamos cada uno, también la cruz de nuestra ciudad universitaria, la cruz de ser "fábrica de cerebros para la exportación", la cruz de la Salamanca rural vaciada, la cruz de nuestros mayores "solos en casa", la cruz de muchos de nuestros jóvenes que ven el futuro cerrado, la cruz de la Covid-19 y sus cruces-secuela, la cruz del miedo a salir a la calle, atenazados por las secuelas psicológicas de la pandemia?

El Cristo de las Batallas y el de Venancio, ambos sin cruz, nos invitan a escuchar y hacer carne el dicho de Jesús en Mateo 16,24: "Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame".

Antonio Matilla, canónigo.

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