Siempre he tenido suerte con mis editores. Quienes se han encargado de llevar al público mis libros ?tanto los académicos como los de creación literaria? lo han hecho con suma profesionalidad, dejando muy alto un oficio que está a caballo entre la materia y el espíritu. Se dice que con Internet la relación entre el lector y el autor será directa, sin intermediarios. Nunca he considerado que la relación de quien tiene un libro en sus manos pueda ser de otro modo que directa con su autor. Pero siempre he sabido que, entre ambos, como intermediario necesario y para el bien de autores y lectores, es necesaria la persona del editor. He experimentado como poeta que los autores no solo necesitamos que se nos lea, sino que consideramos esencial que alguien apueste por nosotros en algún momento. Y esa apuesta, que salvo excepciones nunca es fácil porque la mayoría de los autores no somos caballos ganadores, la hacen los editores.
El buen nivel al que me acabo de referir y al que me tenían acostumbrada los editores, no ha evitado, sin embargo, que me haya vuelto a sorprender la alegría con la que hace unos meses fue acogido mi poemario El canto bajo el hielo por parte de Carena Ediciones que verá la luz en los próximos días. Durante las últimas semanas han trabajado con una ilusión digna de quien acude a su primer día de trabajo y eso, con el último año a cuestas, creo que es de las cosas que a todos más nos emociona en estos momentos. Claudio Rodríguez lo escribió muy bellamente en su poema "Alto jornal" cuando decía: "Dichoso el que un buen día sale humilde [?] y en sus manos/ brilla limpio su oficio, y nos lo entrega/ de corazón porque ama, y va al trabajo/ temblando como un niño que comulga/ mas sin caber en el pellejo, [?]".
Quien piensa que los editores son prescindibles suele creer también que sin ellos el autor ganará más dinero. Si hubiera que pagar por lo que pensamos y decimos, tal vez pensaríamos más lo que decimos. Hay editores de muchos tipos: los hay que acogen el libro y lo avalan, profesionalmente, confiando en recuperar el gasto invertido; hay otros que tratan al autor como a alguien de la familia, compartiendo así penas y alegrías; los hay, en fin, que apoyan a un poeta desesperanzado... En cualquier caso, yo les doy las gracias a todos por su labor, por hacer su trabajo lo mejor que saben. Muchos autores, y lectores, les damos las gracias porque, pese a todo, siguen trabajando, cantando resistentemente, bajo el hielo.
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