Los nuevos mitos sobre la transexualidad , provienen, en buena medida, de la teoría Queer. Una teoría postmoderna, de grupos contraculturales, en la que, finalmente, acaban defendiendo que, en relación con el sexo, todo es "fluido", lo importante es la persona, no el sexo de hombre o mujer. La biología y la evolución de la especie no tienen consistencia; y menos aun las normas y valores sociales. Es la persona la que "autodetermina" su identidad: la identidad sexual es la "vivencia interna e individual del género tal y como cada persona la siente y autodetermina, pudiendo corresponder o no con el sexo en el momento del nacimiento". Definición de la que se han apropiado los políticos, en varias leyes autonómicas, cediendo a intereses electorales o por ignorancia. No sé que es peor.
Ahora, el gobierno nacional, no sabe qué hacer. Están divididos también en este tema: Podemos defiende las posiciones más radicales de la teoría Queer. El PSOE, de momento, dice que esa no es su propuesta.
El objetivo de normalizar y aceptar esta diversidad sexual debe ser de todos. Pero considero que la definición citada no es adecuada, por incompleta, y porque olvida lo más importante, el malestar que sienten estas personas. Este "malestar" tiene dos orígenes: (a) la disarmonía entre identidad sexual y el cuerpo sexuado y (b) el rechazo a las convenciones sociales asignadas al sexo biológico.
En la definición, se niega que estamos ante un problema personal (evitable, con intervenciones o ayudas hoy bien conocidas) y un problema social (evitable sin sexismo, transfobia, etc.).
En realidad, la persona transexual, no solo siente, sino que ve, toca, sabe y razona que su cuerpo le molesta y no se corresponde con su identidad. Es decir, el Yo que, además de sentir, ve a otras personas y se ve en el espejo, toca, razona y reconoce la disarmonía entre su cuerpo y la identidad sexual que está seguro tener. Esto es lo que hemos llamado problema personal. Aunque no sabemos la causa, sí conocemos que su auténtica identidad no depende de su voluntad, por lo que el concepto de autodeterminación no es adecuado. No son personas que deciden ser transexuales, sino personas que saben, están aseguras de tener otra identidad que no se corresponde con su cuerpo real. No es, por tanto una decisión libre, ni caprichosa ¿Por qué? No lo sabemos, pero sí sabemos que a estas personas debemos mreconocerlas, aceptarlas ayudarlas.
Los transexuales disconformes con su cuerpo, pueden requerir, según cada caso, ayudas quirúrgicas, psicológicas, educativas, sanitarias, etc., Es una contradicción, si de entrada no reconocemos los problemas de forma adecuada, pedir ayudas costosas al Estado. La normalización no empieza negando los problemas o cambiándolos de nombre, sino reconociéndolos y afrontándolos, para que dejen de ser un problema. Para ver la diferencia, los homosexuales solo piden ejercer un derecho, no tienen un problema; y exigen, con razón acabar con la homofobia, que es un problema social.
El concepto de transgénero (palabra cuyo uso, en este contexto, nos viene del inglés) es más difícil de precisar, porque se pueden tomar puntos de vista muy distintos: (a) tomar el género como el sexo; y entonces equivaldría al concepto de transexual y su malestar con el orden biológico y las convenciones sociales y (b) tomar el género como las construcciones o asignaciones sociales asignadas como propias del hombre y la mujer. En este segundo caso, solo rechazarían las convenciones sociales, pero sin rechazar su cuerpo sexuado, por lo que no necesitan intervenciones hormonales, ni quirúrgicas. Este término se ha generalizado, pero es confuso, dada la gran variabilidad de personas dentro del concepto transexual y transgénero, muchas de ellas, entre estos dos extremos, tan alejados. Por eso, no es fácil aceptar con el nombre que se podría dar a un llamado tercer sexo ¿Uno o varios nombres?
Solucionar el problema personal (disarmonías corporales que implican malestar o sufrimientos) y el social (los roles sexuales rígidos y discriminatorios y la transfobia) es lo que debemos hacer.
La polémica seguirá, la científica, por lo que aún no sabemos y las novedades de los tratamientos, así como por la confusión del propio concepto de "género". Unir en un concepto personas que, en un extremo, piden que se les ayude a cambiar su anatomía y su fisiología sexual (por cierto, en grados muy diferentes) y, en el otro extremo, personas que piden que "no se les toque ni un pelo", pero que también piden se las reconozca como "trans", porque no aceptan las asignaciones convencionales asociadas al sexo, no es fácil.
La propuesta de la ley Montero:
1.- Usa un concepto más que discutible y hace una aplicación de los Derechos y Leyes inapropiada. Quienes aceptamos y defendemos esos derechos y leyes, desde los años ochenta, sabemos que no implican aceptar el concepto que proponen. Esa es la mayor trampa o error de esta propuesta, que vicia todo el proyecto.
2º.- Se enfrenta a los profesionales negándoles que tangan algo que decir sobre este tema, porque debe respetarse siempre y en todos los casos lo que autodetermine cada persona. Claro que luego, en la segunda parte de la ley, pide cuanto más mejor al sistema sanitario y social.
Necesitamos profesionales que ayuden a estas personas y las apoyen. Los profesionales no son sus enemigos, sino sus valedores ante las familias, si están desorientas, y ante la sociedad, que debe ofrecer las ayudas. La identidad personal y la sexual, por otra parte, tiene muchas implicaciones, además de las sanitarias.
3º.- Se enfrenta a las familias, innecesariamente, proponiendo que la decisión de los hijos e hijas, a partir de los 16 años, debe prevalecer sobre los padres. La mayor parte de las familias pueden y saben ayudar en estos casos a sus hijos e hijas, después de un periodo de confusión, sorpresa y, cada vez menos veces, rechazo. ¿Por qué tienen una visión tan negativa de las familias? Los profesionales pueden ser mediadores, si hay conflicto, casi siempre superable, porque es un problema de prejuicios, que saben superar la mayoría de las familias. Sobre todo, porque quieren incondicionalmente a sus hijos e hijas, y aprenden que tienen que apostar a favor de toda cría, con una u otra identidad. Para los casos extremos, bastaría declarar como una forma de maltrato sexual, dentro del código penal, en los delitos contra la libertad sexual, no aceptar la identidad sexual de sus hijos o hijas (Propuesta que vengo haciendo desde hace años y que no espera a afrontar el conflicto a los 16 años).
Los conflictos con la familia, si aparecen, pueden empezar en preescolar o la largo de toda la infancia y, especialmente, en el periodo puberal (por las diferentes ayudas que están apareciendo hoy día para as personas transexuales). Lo más adecuado es contar con la familia, desde el primer momento. Las familias estarán encantadas de tener profesionales que les orienten y ayuden a ellos y a sus hijos e hijas. Y no olviden que efectivamente los hijos no son propiedad de los padres, como dijo, con razón, una ministra, pero tampoco son propiedad del Estado, ni de los partidos de izquierdas o derechas.
Esperamos que la ley nacional mejore varias leyes autonómicas, copiadas unas de otras.
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