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“Lo más duro es sentir la impotencia de los enfermos que fallecen solos, sin familiares”
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José María González, neumólogo del hospital de salamanca

“Lo más duro es sentir la impotencia de los enfermos que fallecen solos, sin familiares”

Actualizado 12/02/2021
Redacción

"He aprendido que nunca tenemos que desanimarnos, que tenemos que vivir el día a día como si fuese el último y valorar la salud cuando se está bien"

José María González es neumólogo del Complejo Asistencial de Salamanca desde hace 37 años, y durante este tiempo de pandemia, ha formado parte del equipo de coordinación de los pacientes con Covid. Cuenta su testimonio en la web de la Diócesis de Salamanca y este es un resumen de la entrevista.

A punto de cumplirse el primer año de pandemia, ¿cómo ha vivido las diferentes fases?

Recuerdo cuando nos confinaron a mediados de marzo y teníamos ya bastantes enfermos ingresados, pero desconocíamos lo que nos esperaba. A mí me pusieron como responsable del servicio y me reunía todas las mañanas con el equipo de Medicina Interna y otros responsables Covid, y éramos como un equipo de militares, con el general a la cabeza, ante una guerra que se extendía progresivamente día a día.

Sentíamos la necesidad de abrir cada vez más plantas ante el avance de los ingresados, y en las Ucis subía de forma imparable. Además, las noticias que teníamos de los medios nacionales y europeos eran impactantes. También lo era cuando salía a la calle, no había nadie, nosotros teníamos que salir todos los días, y la impresión era como de una ciudad fantasma y un hospital de campaña.

La dirección del hospital nos pedía a los profesionales una atención exclusiva y unas jornadas extendidas que a veces se hacían muy largas. Recuerdo una vez al principio, en la fase más dura, volver a casa a las nueve de la noche desde la mañana que habíamos estado, y encontrarme con una compañera que me decía que le pasaba lo mismo a ella: ¿Vas a comer, merendar y cenar, todo junto? Y era eso realmente lo que nos pasaba.

Pero en el fondo creo que no nos importaba demasiado porque veíamos la necesidad de estar disponibles, y ante el mensaje de la dirección de que todos los días son como lunes, no hay fiestas, todos los días tenéis que venir a trabajar, lo teníamos asumido, y desde mediados de marzo hasta primeros de mayo no cogimos ningún día de descanso.

En este sentido, compartí un poco los agobios de los responsables de hospitalización del Covid, que se organizaron en equipos multidisciplinares para atender a estos pacientes, liderados muchas veces por internistas y neumólogos, entre otros. En este sentido, cada cual aportaba su conocimiento y sus valores. Hubo momentos críticos, recuerdo cuando llegamos a los cuatrocientos y pico ingresados, que no había más espacio en el hospital, y los responsables decían que a dónde les ingresábamos, y se llegó incluso a pensar en usar las cafeterías, que estaban cerradas, o la capilla.

Y también recuerdo especialmente la Semana Santa en abril, con las iglesias cerradas, aunque yo pude celebrar los oficios en la capilla del hospital, y en ese sentido fui un afortunado. Aquellas eucaristías en silencio, en medio del dolor y la muerte de muchos enfermos del hospital.

A partir del otoño comenzó la temida segunda ola, y otra vez a suspender consultas para atender a los Covid que ingresaban, esta vez más jóvenes. La curva bajó poco a poco hasta que en diciembre ya había pocos ingresados. Me decía una compañera al hacer las guardias de Nochebuena y Navidad, que eran las últimas tranquilas que iba a tener, porque la siguiente ola volvería. Y lamentablemente así sucedió.

A mediados de enero comenzó la tercera ola, y con fuerza, superando los 200 pacientes ingresados en febrero, y con las ucis bastantes llenas, y de nuevo, los agobios, el cansancio, el desánimo de los compañeros que atienden Covid. Ahora yo ya estoy en la retaguardia atendiendo a los pacientes de otras patologías graves en la consulta.

¿Cómo vivió la etapa más dura?

Lo más duro fue sentir la impotencia de los enfermos que fallecían solos, sin familiares, y teníamos que llamar a la familia todos los días al final de la mañana después del pase de visita al enfermo. Y a veces, volver a llamar porque acababa de fallecer de forma inesperada.

También era algo duro nuestra falta de experiencia con el manejo de estos pacientes o la poca eficacia de los fármacos. Viendo continuamente las guías porque los tratamientos cambiaban día a día, y no descansabas bien en casa, ni dormías. De hecho, contábamos que al acostarnos lo hacías con molestias faríngeas, o que parecía que te faltaba el olfato, porque llevabas todas las mascarillas y los EPIS muchas horas. Teníamos la duda realmente de si podíamos tener la enfermedad y habernos contagiado. Pero nos levantábamos al día siguiente y ya se nos había pasado, y volvíamos con ánimo renovado. Aguantábamos así día a día.

Y otro aspecto también a considerar era que en casa éramos unos apestados, y recuerdo que estuvimos bastante tiempo durmiendo fuera, a parte, comiendo a parte, con el temor de contagiar a la familia.

¿Y lo más reconfortante?

Lo más reconfortante en el trabajo fue la actividad en equipo, con otros compañeros de otras especialidades, colaborando cada uno en lo que mejor se sabía y podía. Era luchar juntos frente a este enemigo aparentemente invisible que parece que lo invadía todo.

¿Qué lecciones ha aprendido durante este tiempo?

Una fundamental es que podemos aportar al mundo lo mejor que tenemos. Que nunca tenemos que desanimarnos, que tenemos que vivir el día a día como si fuese el último de nuestra vida, y valorar la salud cuando se está bien. Y ser consciente de nuestra fragilidad de nuestra existencia. Y también una cosa que he oído también a pacientes y amigos, que tras la lógica pregunta que nos hacemos siempre ante la enfermedad, de por qué me pasa esto a mí, que continuemos con la siguiente cuestión, de para qué me ocurre esto a mí, ¿qué función desempeña en mi vida?

Tener fe, ¿en qué ayuda a un profesional sanitario?

La fe como regalo ha sido un pilar básico en mi vida, especialmente familiar y profesional. Nos levantamos en casa, por la mañana, y rezo con mi esposa, leemos el Evangelio y pedimos siempre fuerzas y luz para el día. Y según voy de camino al hospital, si voy caminando, voy a veces rezando el rosario, y especialmente, me acuerdo de los enfermos que me toca atender, los que he tenido días atrás, y siempre pido luz para tratar adecuadamente y dignamente, para que no tenga fallos en mi trabajo.

También he visto que las familias rezan, y a veces ponen en una cesta que hay en la capilla sus peticiones para luego hacerlas en esa eucaristía. En ese sentido, pude acompañar a un paciente no covid hace poco hasta el final, y es un consuelo ver para estas familias con fe, cómo fallece en paz, después de haber recibido los sacramentos y haberse confesado. Recuerdo haber leído al filósofo Jaspers, quien dice que parece que el hombre "descubre las dimensiones más profundas de su existencia solamente en las situaciones límite", y quizás, estamos ante una de estas situaciones. Esta pandemia, por lo tanto, puede ser un reto mundial pero también personal, en el que Dios se nos manifiesta.

Y también recuerdo a otro gran pensador y psiquiatra, Viktor Frankl, que añadía en su experiencia de sufrimiento en Auschwitz, "el que tiene un por qué para vivir, suele encontrar siempre el cómo vivir".

Fuente y entrevista completa: Diócesis de Salamanca