Es como si el mundo, las sociedades humanas necesitaran una cuota de víctimas, de seres que han de ser metafórica y simbólicamente inmolados en aras del bienestar de las mayorías o de las minorías, según los casos.
El mitógrafo Joseph Campbell, en su hermosa obra 'Las máscaras del héroe' (por cierto, reeditada este tiempo de atrás), aludía en algún momento, pero relativo a la encarnación de determinados mitos en la sociedad, a lo que acabamos de indicar al comienzo.
Los creadores sensibles han plasmado (y han salvado, diríamos) de algún modo a esos olvidados a los que aludimos. Por ejemplo, nada más y nada menos, que nuestro más emblemático cineasta Luis Buñuel, quien, en la película precisamente titulada así, 'Los olvidados' (de 1950), perteneciente a su etapa mexicana, además de crear una obra de arte, dignifica con su mirada ese mundo de las gentes dejadas de la mano de Dios y, sobre todo, de la de la sociedad. O esa otra escena, sobrecogedora, también de ese mundo de los de abajo, que aparece con toda genialidad en 'Viridiana' (de 1961).
¿A qué poner más ejemplos de creadores conscientes, sensibles, humanizados?, que miran hacia ese mundo de los invisibles, de esos de los que nada queremos saber, y lo dignifican, al poner el dedo en la llaga a través de sus creaciones.
Pero los medios de comunicación de todo tipo nos dan noticias de ese mundo de los olvidados. Los sin techo, mal-protegidos entre cartones y mantas raídas en las calles invernales de las ciudades nevadas; los hambrientos que se reúnen en la plaza madrileña de Jacinto Benavente, gracias a que un filántropo, Carlos Soler, solamente con los recursos de su coraje, de su valentía, de su arrojo, de su extraordinario corazón, les prepara menús y se los distribuye, para que recuperen, siquiera sea a través del mero hecho de comer, la conciencia de la dignidad que les pertenece, mientras la sociedad, no toda, mira para otro lado.
Tantos y tantos ejemplos que podríamos poner, en este mundo, en estos días llenos de claroscuros, en que escuchamos que una muchacha, de apenas diecinueve años (prostituta la llaman), tras llevar días desaparecida, aparece muerta en una acequia valenciana; una víctima más, ofrecida a ese insaciable apetito hedonista de una sociedad como la nuestra.
O contemplamos, estremecidos, a través de la pantalla de televisión, cómo un desalmado sigue los pasos de un hombre indigente con una bolsa y, cuando se adentra en una calleja, lo empuja impunemente por detrás para que caiga al suelo, golpeándose con sus losas, para después huir. O esas manifestaciones racistas y xenófobas de jóvenes en Canarias contra esos desahuciados del mundo y de la gloria (como dijera Quevedo) que son los inmigrantes africanos que han llegado a las islas afortunadas huyendo de la miseria y de la muerte y se han quedado varados y acosados en ellas.
Ay, cuánto necesitamos recuperar el alma ?como dijera lúcidamente Joe Biden en su campaña para las elecciones norteamericanas?, el alma del mundo, el alma de la sociedad, el alma de todos y cada uno de nosotros; para que no haya esa cuota de víctimas, de olvidados, de sacrificados? que nuestro mundo no se cansa de aumentar y de ignorar, en pro de un hedonismo con pies de barro.
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