Fue soldador de barcos en los astilleros hasta que una artrosis le apartó de su profesión
Para poder vivir de las ovejas hay que tener al menos medio millar, explica Agapito Hernández Salinas, mientras observa como sus 80 ovejas pastan en San Morales. Este vecino de Salamanca es ganadero, es pastor, pero se puede permitir el lujo de cuidar de un número reducido de animales pues lo hace por afición.
Es de Ledesma, pero desde joven salió de la localidad en busca de un futuro mejor. Comenzó a trabajar en la presa de la Almendra, allí aprendió el oficio y se hizo oficial de primera. Trabajaba en el taller de los camiones y los coches, "normalmente ahí soldábamos, más que nada las cajas de los camiones grandes que llevaban el escombro piedra de cantera", detalla. Después, cumplió con el servicio militar en Caballería en Salamanca, donde también estuvo como soldador en automovilismo hasta sus 23 años. En ese momento es cuando emigró al norte, en concreto a San Sebastián, donde trabajó en los astilleros. Era soldador de los barcos, donde pasó de utilizar solo el electrodo a soldar aluminio, utilizar otras máquinas de soldar como la autógena, la eléctrica, la semiautomática y lo que fuera preciso. En los astilleros, sobre todo, junto al calderero, hacía los puentes de aluminio donde van los mandos de los barcos.
Desempeñó este oficio has que les dieron la incapacidad laboral a los 42 años debido a un problema de salud. La artrosis en las rodillas le impedía prácticamente andar.
Junto a su familia se trasladó a Salamanca. Enseguida se interesó por adquirir un terreno donde tener su huerto, sus frutales y animales de compañía. Por azahar consiguió hacerse con una parcela en la Isla del Caballo de San Morales.
Nunca se hubiera imaginado que un día tendría ovejas. En su familia no recuerda a nadie vinculado a este oficio.
El señor Matías, un pastor de Huerta que ya falleció, le regaló una oveja. Ahí "me entró el gusanillo", explica Agapito. La oveja parió y empezó a crear un rebaño. Poco a poco se hizo con otro terreno con un cercado para su rebaño.
Mientras otra persona de su edad o en su puesto se hubiera dedicado a disfrutar del retiro laboral, Agapito optó por cuidar de su rebaño.
Es un hobby, una afición que ha influido positivamente en su salud. Agapito afirma que se ha recuperado mucho, que estaba mucho peor hace treinta y tantos años, cuando vino del norte, cuando "casi no podía ni andar, ni subir escaleras", anota.
Las ovejas hay que atenderlas sábados, domingos, haga frío o calor, razón por la que su mujer, le dice "quién te manda andar por ahí con lo malo que hace", pero él es feliz así. Prefiere estar con su rebaño que pasar el día en la ciudad.
Explica que 80 ovejas no dan para vivir. Que lo hace por que le gusta. A nivel profesional sabe que hay que tener por lo menos 500 o 600 ovejas. Se puede vivir de ello, pero es muy sacrificado. Entiende que muchos jóvenes no quieren optar por este trabajo, aunque bien llevado es una forma de vida. Conoce otros dos o tres ganaderos de bobino de la zona con los que de vez en cuando comparte pareceres. Calcula que pueden quedar entorno a 1.500 ovejas en unos pueblos, donde hace no muchas décadas se contarían 15.000.
Entre los ganaderos de la zona se encuentra Agapito Hernández que a diario recorre los pastos que tiene arrendados con su rebaño de oveja castellanas, ayudado por su perrita cruce de collie. Ella espera atenta a su lado hasta escuchar una voz que la ordene reagrupar el rebaño. Él no tiene la preocupación de obtener rentabilidad al ganado, pero es consciente de las dificultades de un profesional que tenga las ovejas como medio de vida, razón por la cual son pocos los que continúan fieles a este oficio tan castellano.