El paseo vespertino se había hecho rutina. Llegaban rápidamente al río y caminaban al principio con cierta energía hasta alcanzar el puente nuevo donde comenzaban el regreso, pero ahora por la otra orilla; entonces el ritmo se suavizaba y la conversación que antes había sido de monosílabos cobraba fluidez. Algunos recuerdos, pocos, salteaban los comentarios sobre las noticias del día vinculadas a asuntos familiares o a la actualidad. Nunca hablaban de política, aunque la rozaban al abordar asuntos de la economía o problemas sociales. En ambos frentes las pensiones ocupaban un lugar destacado sin dejar de lado la eutanasia, asunto que no terminaban de tener claro. Posiblemente lo que más les apasionaba era charlar de cine, un terreno en el que rivalizaban haciendo un ejercicio insólito de memoria para citar listas de actores y los nombres de los personajes que interpretaban, sin soslayar los títulos de películas en su idioma original.
Pero ayer el paseo quedó cojo. Su colega de andanzas no apareció y tras la espera acordada de cinco minutos inició el camino. Sabía que no debía demorarse pues en esta época los días son los más cortos del año y detesta que oscurezca durante el paseo. Por eso acomodan la hora de salida al calendario, siempre dos horas antes del ocaso. La soledad tan habitual en su vida de pronto adquirió un tinte diferente por cuanto que al soler caminar en compañía no era consciente del peculiar ensimismamiento que ello producía. La abstracción del paisaje y de las tonalidades de la luz, la fijación en el resto de los paseantes, así como la observación de las colonias de gatos abandonados, eran sustraídas por la atención que depositaba en su pareja andariega. Los largos silencios, el sonido cadencioso de las palabras, el significado de las frases, constituían un embrujo que ahora quedaba huérfano generando un hueco profundo que necesitaba llenarlo. Un cartel de un negocio al final de la calle poco antes de llegar al parque que linda con el río le advirtió de la proximidad del fin de año.
Sin saber por qué, maquinalmente, comenzó a repasar lo que habían sido esos doce meses. No se trataba de llevar a cabo balance alguno pues hacía tiempo que había declinado acometer ese tipo de ejercicio contable por banal. Una confusa secuencia de imágenes pasó por su cabeza sin atender ningún orden cronológico. Parecía ser más un sueño desordenado que un repaso cabal de lo mucho que había vivido, de todo lo que había visto, de las proclamas oídas, de las confesiones escuchadas. También recordó caras y sus expresiones. Supo que en ese momento daba más trascendencia a cosas que entonces soslayó. Rememoró un vuelo y la llegada a un aeropuerto al que aterrizaba por primera vez, así como la bella bahía sobre la que se erguía el hotel donde estuvo, pero no recordó ningún otro viaje. En el puente se cruzó con tres paseantes que llevaban mascarilla, fugazmente pensó que era irrelevante pues siempre habían llevado una.
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