Dolores Hernández Hoyos nació en la localidad salmantina de La Alberca, en plena Sierra de Francia, en 1927. Había cumplido 93 años el pasado mes de octubre. Y acaba de fallecer en el hospital salmantino este pasado martes, 15 de diciembre.
Dolores Hernández Hoyos tuvo ocho hijos, uno de ellos fallecido con pocos meses, los demás ya adultos, por los diversos caminos de la vida. Fue una mujer que llevó siempre una existir humilde, sacrificado, entregado, generoso. Que tuvo que sacar adelante a su familia, mientras su esposo, Alejandro Puerto Hernández, en la emigración francesa primero y alemana después tenía que estar separado de los suyos, para que todos tuvieran futuro
Dolores Hernández Hoyos, cuando tuvo a los hijos criados, fue una mujer que creció humanamente en todos los sentidos. Fue, a partir de ese momento, cuando su vida se abrió como una realidad plena, como rosa que desplegara todos sus pétalos y aromas. Y comprobamos cómo era una consumada maestra en las labores antiguas de la Sierra de Francia: bordando, tejiendo medias de cinco agujas, con todos los variados y complicados puntos que llevan, realizando también las medias del traje femenino albercano de vistas. Así como otras varias labores de no fácil ejecución.
Pero, sobre todo, desarrollo uno de los dones que poseía: el don de gentes. Era una gran conversadora, tenía palabras para todos, no discriminaba absolutamente a nadie. Con los viajeros y turistas que llegaban a La Alberca entablaba diálogo y luego le escribían cartas, la felicitaban por Navidad, la llamaban por teléfono.
Otro de sus dones era el de poseer una prodigiosa memoria. Tenía cartografiada en ella toda la vida de La Alberca, de sus tradiciones, de sus gentes. Ella había recibido desde niña todo ese caudal de memoria marcada por la oralidad, cuando iba a dormir a casa de su abuelo materno Francisco Hoyos; en el Rincón del Tablado, en el buen tiempo, hacían serano todos los vecinos y Dolores escuchaba todo ese caudal de memoria que procedía del siglo XIX y se quedó plenamente con él, transmitiéndolo de continuo.
Atesoraba también todo tipo de tradiciones orales: cantares, romances, cuentos, refranes, oraciones tradicionales y antiguas. De hecho, le tenemos grabado todo ese tesoro. Todas las etapas de la vida las vivió en su lugar de origen, salvo salidas laborales que realizaba con su padre, Pablo Hernández Martín, a diversos lugares de España, a vender chacina, embutido.
Vivió también de continuo en el territorio de la oración. En sus rezos, tenía en cuenta siempre a toda la humanidad precaria, menesterosa, por la que siempre suplicaba y pedía.
Por su forma de ser, tendía siempre a convertir en cosmos todos los caos o sinsentidos que pudieran rodearla. Todo procuraba transformarlo en armonía, en equilibrio, que irradiaba a todos. Creemos que era un paradigma de los bienaventurados. De hecho, Alfredo, el párroco de La Alberca, trazó una semblanza de Dolores situándola en tal estela evangélica y la lectura que eligió para el funeral de su despedida fue, significativamente, la de las bienaventuranzas. La semblanza que de ella trazó en su plática resultó muy hermosa.
Dolores Hernández Hoyos era un paradigma de nuestras mujeres rurales, serranas, salmantinas, del occidente leonés. Lo que sobre ella decimos podría aplicarse a otras mujeres de su generación.
Dolores Hernández Hoyos era nuestra madre. Fue siempre para nosotros un don. En su memoria, escribimos hoy estas palabras, cuando se acerca el tiempo navideño, cuando la misteriosa estrella guiadora nos habla del continuo nacimiento de lo sagrado. Esa estrella tras de cuya estela se nos ha marchado acaso hacia los territorios del Dios de los humildes.
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