Millones de personas se rasgan las vestiduras, se ponen histéricas, porque ha muerto un tipo. ¿Y qué hizo ese tipo? ¿Descubrió la penicilina? ¿Acabó con alguna guerra? ¿Salvó a millones de niños? ¿Nos hizo vivir más a fondo la vida como Rilke? ¿Rompió las puertas del arte como van Gogh? ¿Nos abrió el mundo con su lucidez? ¿Nos regaló perspectivas increíbles? ¿Nos llenó de gracia con su imaginación? Simplemente corrió detrás de un balón durante años. Desde luego nuestro planeta sufre una plaga de papanatismo, de confusión de los valores. Ya no sabe lo que vale y lo que no vale.
El fútbol tal como está planteado provoca adhesión ciega a una tribu, dejación de la personalidad propia, entrega absoluta a una masa fanática, odio al rival como si fuera un enemigo, insulto al que no es de nuestra tribu, fanatismo turbio y ciego, vociferación, embrutecimiento en la masa, deshacerse en el montón. Todo eso junto se parece mucho al fascismo. Y encima los poetas se mueren de hambre, aunque sean infinitos poetas, y los futbolistas ganan cantidades astronómicas. Se puede vivir de enseñar la poesía de Antonio Machado, pero no de escribir la poesía de Antonio Machado. Pero ¿en qué mundo asqueroso vivimos? ¿Qué abismos de idiotez nos contaminan?
Desde luego, si existe vida inteligente fuera de la Tierra (dentro de ella existe muy poca) dirán que este planeta tiene mucho que aprender, que se rasga las vestiduras por trivialidades. Las masas ignorantes, gritonas y fanáticas se apoderaron de él. Las masas gritonas hacen como aquellos que en Roma iban a recibir a Hitler mientras Marcello Mastroianni se quedaba solo en su casa huyendo de esos gritos y le ayudaba a Sofía Loren a colgar las sábanas, en la película de Ettore Scola. Dios mío, me voy a un planeta más despejado, para escuchar a Leonard Cohen o leer a Proust.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR
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