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Iniquidad...
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Iniquidad...

Actualizado 02/12/2020
Miguel Mayoral

Lo que está mal, está mal aunque lo haga todo el mundo. Lo que está bien, está bien aunque no lo haga nadie afirmaba San Pío X.

Corren malos tiempos y debemos repensar nuestras actitudes y errores frente al mundo y los demás. Hay muy pocos estudios acerca de la iniquidad. Son muchos hoy que desconocen el significado de esta palabra a pesar de ser una característica de nuestro mundo. La iniquidad se menciona en varias ocasiones en la Biblia, e incluso Jesucristo la cita antes de partir al anunciar que volvería pero que antes de su regreso habría un tiempo de dificultad y de extendida iniquidad. La sociedad se desmoronaría y los alborotos, la violencia y los disturbios se extenderían de tal manera que a los humanos les fallaría el corazón por el temor a las cosas que iban a suceder sobre la faz de la tierra, porque habrá una gran tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta el presente, ni volverá a haberla.

En nuestras sociedades la iniquidad aparece disfrazada en diferentes actitudes y formas y en distintos ámbitos. Para un cristiano no debería ser ningún misterio ni sorpresa el hecho de que se incrementen sobremanera los desórdenes, la injusticia y, con ello, la iniquidad. La Vulgata traduce la palabra griega anomía por la palabra latina iniquidad y ambas palabras significan falta de ley o negación de la ley y, en este sentido, anomía o iniquidad sería un calificativo adecuado para calificar las tendencias, la sociedad y las ideas en las que nos vemos inmersos. El individuo aparece desvinculado de la ley divina y de toda ley exterior. Iniquidad significa maldad o injusticia grande.

Juan Pablo II dedicó duras críticas a ese relativismo moral engendrado en la sociedad actual. Entre sus muchas críticas hay especialmente una, severa y memorable, en su encíclica Veritatis Splendor , el esplendor de la verdad, defiende la objetividad de la ley natural y del mal moral en contra del relativismo que propugna que el conocimiento humano es incapaz de alcanzar verdades absolutas y universalmente válidas, y el subjetivismo moral que limita la validez del conocimiento al sujeto que conoce; incluso el Papa Benedicto XVI no cesó de señalar y refutar el relativismo moral como uno de los grandes males del mundo actual.

La iniquidad lleva a la apostasía, es decir, a la negación de la fe cristiana o al abandono de las creencias en las que uno ha sido educado. También a la afirmación que la realidad, el bien y el mal, es creada en la mente del individuo. La iniquidad es también el rechazo hacia aquel que cree y lleva sus creencias a su cumplimiento. Para el cristiano quien ignora, desconoce o prescinde de Dios cometería la iniquidad total, última y extrema. La falta de valores morales se va acrecentando a nuestro alrededor día a día, conduce a las personas hacia una total impiedad y a una absoluta iniquidad. Las características del espíritu de iniquidad son el engaño, la mentira, el pecado y la confusión que conducen a la impiedad.

San Pablo, además de llamarnos a combatir contra el Mal, nos advierte en Efesios que las armas que debemos usar no son ni humanas ni naturales, porque la lucha no es contra la carne y la sangre. Las armas tienen que ser las adecuadas al género del enemigo y de acuerdo al combate, sólo valen las armas de Dios y resistir manteniéndonos firmes después de haber vencido. Sólo con Cristo y su fuerza es posible la victoria final.

Existe la creencia de que la iniquidad es heredada por la descendencia de quien ha pecado. Los pecados de generaciones anteriores no se heredan ya que cada persona responde por sus propios pecados cuando es llamado a su juicio personal ante Dios, pero es plausible la posibilidad de que podamos heredar de nuestros ancestros la tendencia a pecar.

El hecho de haber sido bautizados no nos convierte en personas perfectas y santas, ni nos libera de la tendencia a pecar. A lo largo de nuestra vida cristiana debemos purificar nuestro corazón y pedirle a Dios que nos conceda fuerza e iluminación para poder llevar una vida exenta de pecado. Pero ese proceso no es instantáneo sino que requiere esfuerzo, por lo que debemos ser constantes y pacientes.

El cristiano siempre será presa de una lucha constante con las pasiones y los deseos, consciente de que el hecho de pecar es única y exclusivamente una decisión personal e íntima de cada individuo. Somos los únicos responsables de nuestros pecados y de sus consecuencias ante Dios y los hombres. Los cristianos hemos sido llamados a evitar y borrar la iniquidad. Debemos ser conscientes de que en la medida en que nos opongamos al mal y, con ello a la iniquidad, será la medida en que la propia iniquidad no se enseñoree ni de nuestro corazón ni de nuestra vida.

No seamos como decía Guzmán de Alfarache "como las aves del cortijo: llega el águila y lleva la que le parece, o el dueño las va entresacando como se le antoja".

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