Desde hace tiempo, están en boga no pocos tipos de negacionismos en nuestras sociedades. No obedecen, por desgracia, a posiciones críticas frente a lo establecido, que es el sentido que ha tenido siempre la negación.
Obedecen casi siempre a intereses que, en la mayoría de los casos, atentan contra el bien común. Parecen obedecer a ese axioma cínico de: Si la realidad no se ajusta a mis principios, maldita sea la realidad.
Ahora, el negacionismo más indecente es el que niega la peligrosidad y casi, casi la existencia del corona virus. Es un negacionismo que elude la utilización de las mascarillas, así como los sentidos de los confinamientos, de los horarios asignados a quedarse en casa en horarios nocturnos prefijados (eso que, impropiamente, se da en llamar toque de queda), el distanciamiento con los demás, etc.
Incluso se atreve a manifestarse de modo vandálico e incivilizado, destrozando mobiliario urbano, escaparates de tiendas, terrazas de bares, contenedores de residuos, etc. ¿Son solo jóvenes y adolescentes? ¿O están impulsados por intereses adultos que se ocultan, que tiran la piedra y esconden la mano?
Otro negacionismo de estos últimos tiempos es el de negarse a aceptar el cambio climático, el abuso de los recursos de la tierra, el calentamiento global, mientras la tierra y nuestro mundo agonizan ?como dijera lúcida y adelantadamente el gran Miguel Delibes, el centenario de cuyo nacimiento celebramos este año, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua?, mientras la Amazonía se tala, se esquilma y arde, pese a que sepamos que es el gran pulmón natural con que cuenta hoy nuestro planeta.
Estos mismos días, estamos asistiendo a otro negacionismo irresponsable, que es el del quebrantamiento que se está tratando de llevar a cabo de los mecanismos democráticos, dentro del proceso de elecciones presidenciales, en el país más poderoso de la tierra.
Como si todo un gran territorio, como si un semi-continente casi fuera el rancho articular de un caprichoso irresponsable. Es un negacionismo que esperemos no se salga con la suya; de hecho, cuando escribimos estas líneas, parece que la sociedad sensata y los medios de comunicación comienzan a dar la espalda a tan espantosas megalomanías y caprichos arbitrarios.
Tales negacionismos y otros varios (como el de la conveniencia de las vacunas, con la de miles de vidas que habrán salvado; o el de destrozar a martillazos las placas del nombre de alguna calle) son síntomas de un mal que aqueja a nuestro mundo, en el que están más entredicho de lo que fuera conveniente las perspectivas del bien común, ese bien que dignifica a todos, que no excluye y que amplía los territorios de la humanización, en esa casa de todos y para todos que ha de ser siempre la tierra.
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