Viernes, 29 de marzo de 2024
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Benditas espadañas
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Itinerarios salmantinos XIV,

Benditas espadañas

Actualizado 16/10/2020
José Amador Martín y Charo Alonso

La ciudad se eriza de ellas sin la altivez de la torre, sin la rotundidad de la aguja

Benditas espadañas | Imagen 1 Elevación del alma, la mirada del fotógrafo se queda prendida en las alturas de los cielos castellanos límpidos de azul que rasgan las humildes espadañas. La ciudad se eriza de ellas sin la altivez de la torre, sin la rotundidad de la aguja. La espadaña, campanario de una sola pared, se pone de lado y pasa desapercibida, con sus vanos vacíos u ornados de campanas: ladrillo, piedra, humilde remedo de la torre que con el repique, se vuelve solemne y poderosa.

La ciudad y su murmullo sordo se sorprenden aún de las campanas. Los sones de los campos que marcaban la vida de los hombres: nacimiento, muerte, boda, guerras, invasiones e incendios? fiestas de guardar y veloces vuelos felices en el vano del campanario donde habita la cigüeña con su peso de nido. Campanas que en la ciudad son sorpresivas y propias de la vida conventual que aún se refugia entre las altas paredes. Campanas del ayuntamiento que suenan y nos devuelven a la capital provinciana con ecos de campo, espadaña altiva en la Plaza Mayor ornada de Mariseca cuando se otea el final de verano, espadaña pequeña, de un solo vano, en la iglesia románica perdida entre los edificios.

Tiene José Amador Martín la humildad del que camina a solas, paseante de sus propios pensamientos. Y le salen al paso las espadañas que nos recuerdan la elevación de la mirada, la continuidad de lo eterno. Como si fuera la ciudad un campo húmedo de junco y enea, nos crecen las espadañas en la mirada del fotógrafo, la planta alta, alta, semejante a una espada con la que tejer asientos y enseres de apariencia frágil y que, una vez secos, nos sobreviven a todos. Campo de tifáceas, altas como como torres, la ciudad se adorna de espadañas que no son torres pero sí se alzan al cielo. Y es Benditas espadañas | Imagen 2el objetivo del fotógrafo quien le devuelve su cualidad de mástil, su importancia de campanario, su guarda cuidadosa de la campana.

Poeta de la mirada, José Amador Martín habita el mundo de la poesía y en su mirada a la espadaña erguida, recuerdo de la iglesia de campo, peineta churrigueresca de su Plaza magnífica, no puede faltar la referencia a la revista leonesa que, en los años cuarenta, se atrevió a alzarse de puntillas y medirse a la altura de los Garcilasistas del neoclásico Escorial. Fue en 1944 cuando de la mano de Victoriano Crémer, González de Lama y García de Nora, se fundara en León una revista de poesía cuyo compromiso político y social preocupó poco a la censura. Era cosa de provincias, desolada periferia donde iluminaron Neruda, Vallejo, Celaya, Blas de Otero, Gamoneda? humildísima espadaña frente a la espada de la juventud creadora de Garcilaso y su renaciente imperialismo ¿Cómo no evocar la poesía a pie de calle, coloquial, cercanísima, sufriente y fiel reflejo de una realidad a la intemperie?

La mirada de José Amador, poeta y fotógrafo, se alza como espadaña de luz hacia lo eterno, y en ese camino de ascensión, suben por la escalera a tañer la campana de las conciencias el poeta y el artista, el arquitecto y el editor, el hombre de la cultura siempre presta a salir a la calle en forma de revista, programa de radio, acto, calendario, columna de periódico, libro o recital. Y de puro gozo de valentía, repican en el vano de las espadañas las campanas de la alegría en la ciudad provinciana, extendida al sol como un sembrado de juncos alzados hacia el cielo donde vuelan, versos, vencejos y campanas, los sones de lo eterno. Exquisita elevación de la mirada.

José Amador Martín y Charo Alonso