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Anselmo Petite y la Biblia en España
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Anselmo Petite y la Biblia en España

Actualizado 30/09/2020
Juan Antonio Mateos Pérez

(?) sólo dos libros se han de estudiar, Homero y la Biblia?en un cierto modo contienen toda la creación, en Homero a través del genio del hombre, en la Biblia a través del espíritu de Dios? VÍCTOR HUGO (?) me gusta remojar la palabra divina, ama

Hoy celebramos a San Jerónimo, uno de los grandes precursores de la lectura de la Biblia, en su dies natalis, se cierra el mes dedicado a la Biblia. Fallecido el 30 de septiembre del año 419 o 420 en Belén, consagrado a la vida ascética y monástica, pero sobre todo a revisar las diferentes versiones de la Biblia, tanto la de los LXX del griego y la mayor parte del Antiguo Testamento en hebreo, para realizar su magna obra, la traducción al latín de la Biblia, más conocida como la Vulgata. El valor de la traducción de San Jerónimo fue estimable, ya que recoge las tradiciones textuales y exegéticas propias de las tres lenguas, latina, griega y hebrea. Solía decir San Jerónimo, ama la sagrada Escritura, y la sabiduría te amará; ámala tiernamente, y te custodiará; hónrala y recibirás sus caricias.

Esta edición popular de la Biblia, fue la versión que se fue imponiendo en Occidente, no sin ciertas reticencias, convirtiéndose en el texto oficial de la Iglesia Católica, aunque tiene que esperar hasta el Concilio de Trento. De la Vulgata se han conservado cerca de 14.000 manuscritos, su división en capítulos, la realizó el cardenal Stephan Langtom, maestro en París, que habría de ser arzobispo de Canterbury, a principios del siglo XIII. Esta división fue adoptada en las Biblias hebreas y políglotas, así como en las Biblias impresas posteriores del Renacimiento.

En los primeros siglos la Biblia constituía la fuente directa donde se alimentaba la vida cristiana, sobre todo a través de la liturgia, la predicación y la catequesis. A finales de la Edad Media, se producirá un alejamiento paulatino de la Escritura, debido al analfabetismo, la ignorancia del latín, así como el coste de los manuscritos. El latín era la lengua en la que se celebraba la Eucaristía, quedando reservada su lectura para clérigos y monjes. Es en este momento, cuando comienzan a darse una serie de advertencias y cautelas eclesiásticas en torno a la lectura de la Biblia. A pesar de todo, y de olvidarse el latín, a finales de la Edad Media, aparecen numerosas Biblias romanceadas traducidas tanto del latín como del hebreo. Muchos judíos colaborarán en esa magna empresa, muchas de ellas se conservan en diversos manuscritos en el Monasterio del Escorial: La Biblia de Guzmán, la Biblia de Ferrara, la Biblia de Alfonso II

El resurgir del humanismo con su impulso de volver a las fuentes, la necesidad sentida en toda la Iglesia de una reforma y la aparición de la imprenta, hicieron que el deseo y la práctica de leer en directo o a través de comentarios piadosos, hace que la Sagrada Escritura se extendiese notablemente a lo largo de los siglos XV y XVI. Y es precisamente en este tiempo cuando, debido a la influencia de la doctrina protestante de la lectura e interpretación de la Biblia, sin referencia a la tradición ni al magisterio de la Iglesia, consecuencia del principio de la sola scriptura, cuando se van ha imponer fuertes limitaciones a la lectura de la Biblia.

Se producirá un fuerte debate teológico sobre la lectura de la Biblia en lengua vulgar o leerla solamente en latín. Muchos teólogos tridentinos, consideraban que las traducciones de la Biblia y su lectura en lengua vulgar, eran la causa del nacimiento de muchas herejías, con lo se comienza a prohibir su lectura, al menos en los Índices de libros prohibidos en España. En el índice tridentino y en el romano, no se prohibía su lectura a los doctos con el permiso del obispo. Sin embargo, en España, al ser más papistas que el papa, en el Índice de Valdés del año 1559, se prohíbe leer la Biblia a cualquier persona, en cualquier versión, incluso en oraciones, sermones y cualquier texto que hable de la Sagrada Escritura.

Los cristianos protestantes españoles podrán acceder a la lectura de la Biblia en lengua vulgar con la aparición de la Biblia del Oso (1569), no así los cristianos católicos, que tendrán que esperar hasta el siglo XVIII. En el año 1757, Benedicto XIV amplia la regla IV del índice, que permite a todos los fieles leer la Sagrada Escritura en lengua vulgar, siempre que las versiones sean aprobadas por la autoridad competente e ilustradas con notas sacadas de los escritos de los santos Padres, o de autores católicos.

En 1783 el Obispo de Salamanca e Inquisidor General Felipe Beltrán (discípulo de Gregorio Mayans), dicta el decreto de libertad para poder traducir y leer la Biblia en lengua vulgar. Del círculo de Mayans y la Universidad de Valencia, saldrán importantes hebraístas, como Francisco Pérez Bayer, profesor de hebreo en la Universidad de Salamanca en 1746 y Francisco Orchell, que ocupará la cátedra en los Reales Estudios de San Isidro de Madrid. Pronto se realizará la magna obra del padre Felipe Scío (1790 ? 1793), aunque muy cara y poco manejable ya que constaba de diez volúmenes para que pudiera llegar a todos los fieles, siendo más un texto de doctos y clérigos.

Unos años antes, en el año 1787, se publicaron los Santos Evangelios de Anselmo Petite, posiblemente la traducción del texto Sagrado más leída a finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX, ya que se realizarán ediciones hasta principios del siglo XX, al ser una edición muy manejable, barata y con una buena traducción. Anselmo Petite, natural de Villalpando, benedictino, estudió en Valladolid, Irache, Salamanca y Madrid. En Salamanca será maestro de estudiantes en el colegio benedictino de San Vicente. Abab del Monasterio de San Millán de la Cogolla, al menos dos veces, como cuenta Jovellanos en sus memorias y, también fue lector de Sagrada Teología. Durante su abadiato emprende una importante labor decorativa en el monasterio, sobre todo de la biblioteca. Escribe y publica otras obras, como los Salmos Penitenciales en latín y castellano. Fallece en Pontevedra en el año 1805, siendo abad del monasterio de San Salvador de Lérez.

Anselmo Petite, en su introducción a los Santos Evangelios, afirma que, en los primeros siglos, los textos sagrados y las cartas paulinas se escribían en la lengua que usaban sus destinatarios, los leían y meditaban, aumentando su piedad. También los textos Sagrados son utilizados por los Santos Padres, no niega que hay pasajes difíciles en los textos, pero no son motivo para privar de su lectura. Según sus palabras, nadie deberá temer la lectura de la Biblia ya que es el pan del alma, y si se llega a ella con humildad y reverencia, Dios enseña a los hombres el camino de salvación.

La realidad que vivimos ahora en la Iglesia, es el de un contacto mayor con la Palabra de Dios que ha sido preparada paulatinamente por diversos documentos del magisterio, como son las encíclicas que recomendaron el acceso a la Escritura, así como la labor del Concilio Vaticano II. La Biblia ha recuperado el puesto central que tuvo en la vida de las primeras comunidades: Liturgia y predicación, reflexión teológica, catequesis y evangelización, vida y oración de los creyentes.

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