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Balcones con vistas a África
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ITINERARIOS SALMANTINOS VIII

Balcones con vistas a África

Actualizado 28/08/2020
José Amador Martín y Charo Alonso

El rincón al que a finales del siglo XIX llegaban las gentes del campo salmantino al comercio de la ciudad, tenía, a comienzos del siglo XX, visos de modernidad

Tiene el fotógrafo Amador Martín el gusto por el detalle, detalle que, en primer plano, se revela insólito, sorprendente. Es un zarpazo de modernidad, una mirada singular al África negra desde una de los rincones más castizos de la Salamanca comercial: La Plaza del Peso, donde desde antiguo, por orden del rey, se establecían pesos y medidas.

El rincón al que a finales del siglo XIX llegaban las gentes del campo salmantino al comercio de la ciudad, tenía, a comienzos del siglo XX, visos de modernidad. Luis Huebra traía los objetos de adorno de una burguesía que quería ser cosmopolita, Fausto Oria vendía sus licores y productos casi exóticos en su ultramarinos ¿Cómo no rendirse al deseo de diferenciarse, de mostrarse aún más moderno que Miguel de Lis y su casa de hierro, cristal y ladrillo rojo rematada en el 1905 sobre la muralla secular junto al Tormes? Construido en 1932, el edificio que hace chaflán entre las calles San Pablo y San Justo quería, a instancias de José Cordón, prestigioso joyero, ser un ejemplo de novedad, de diferencia. Y como la ciudad de piedra se sirve del hierro para singularizarse, los balcones del principal de esta casa de suave redondez y atípico color claro, se asoma a la modernidad a través del más exquisito de los detalles: la rejería de los balcones que no lo son.

Tiempo de modernismo y de descubrimiento, bien saben en la Casa Lis de Bronces Viena y de Art Déco y Art Nouveau, del gusto de principios de siglo por el África negra. Una imaginería de animales, cazadores semidesnudos, palmeras y selvas apenas entrevistas a través de las novelas, de las películas, de los zoos que proliferan en Europa. Es el relato de un continente negro misterioso, tópico, exótico, falso y sin embargo, capaz de configurar una imaginería tan rica y sugerente como la estilizada visión de una estatua de Brancusi.

La ciudad provinciana, la ciudad adormecida, la ciudad apenas despertada a la modernidad, se asoma por las ventanas del edificio de Cordón a la selva virgen. Un guerrero casi desnudo se asemeja a un bailarín de ballet entre hojas y ramas puntiagudas. Es el triángulo de la geometría sin redondeces donde también, escuálida, desproporcionada, se asoma una leona. El cine de Hollywood se estiliza entre las líneas rectas de la rejería. No hay nada parecido en la ciudad letrada, la ciudad de piedra, la ciudad románica, renacentista, barroca. Es el triunfo de la modernidad y de la audacia. Por eso la gacela parece enmarcada en una joya Art Déco, los largos cuernos de un animalario exquisito sobre el tronco de la palmera delicadamente tallado. Los primeros planos de Amador Martín nos duplican la imagen y el cercano enfoque nos entrega los detalles: las manos de los guerreros, su pie de dedos doblados, el rotundo músculo de su pierna, las costillas marcadas.

¿Cómo concibió el arquitecto Ricardo Pérez, autor de muchos de los edificios del centro de Salamanca, esta forja exótica en el edificio de Cordón? Los antepechos de los balcones, quizás ejecutados por el taller de Santiago Lorenzo, son un ejercicio de esquematización, un juego de geometrías de motivos vegetales. Triángulo y octógono juegan a contener la fascinante, lejana, irreal África del cazador que huye de la leona ¿De quién fue la idea, del arquitecto, del promotor del edificio, del herrero a quien se debe tan original trabajo? Un misterio que nos mira desde las paredes ajetreadas del centro comercial de una ciudad siempre en movimiento, de una esquina redondeada por los pasos de quienes se acercan a la Plaza Mayor, trasiego constante. El fotógrafo levanta la vista y el objetivo y entre la fronda de la selva, surgen, danzando entre la fantasía, el nativo, la fiera y la víctima delicada de ambos cazadores. Sostenidos en el espacio y en el tiempo, nos devuelven la maestría de su trazo. Y continuamos nuestro camino. Arriba, en el reloj siempre parado, la Salamanca detenida vuelve a sorprendernos. Siempre.

Amador Martín, Charo Alonso.

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