Juan Carlos Martín Cobano en la Sala de la Palabra (Salamanca, 2019. Foto de Gabriel Alonso)
Pienso en ellos y, de inmediato, me viene a la memoria esa expresión popular que muchos conocen y emplean: "Dios los cría y ellos se juntan". Y lo hago desde el plano positivo del dicho, pues pareciera cosa del destino que ellos compartan similitudes en cuanto a conductas y conocimientos: ambos son discretos respecto a sus saberes y pródigos a la hora de apoyar o realizar encomios sobre otros miembros de la comunidad poética iberoamericana.
Por ello, me alegro de publicar este excelente texto escrito por el poeta Juan Mares, enviado desde las tierras calientes del Urabá colombiano, tras la lectura del poemario "Tiempo de cruzar el Umbral" (Tiberíades, Salamanca, 2020). Juan y Juan Carlos lo merecen, por el ejemplo de fraternidad poética que despliegan y porque ambos tienen fuerte anclaje en los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que anualmente se celebran en Salamanca (A. P. A.)
Portada de 'Tiempo de Cruzar el Umbral', con pintura de Miguel Elías
AL CRUZAR EL UMBRAL
"Tiempo de cruzar el umbral", poemario del poeta Juan Carlos Martín Cobano, es un camino de cantos líricos donde peregrina un hombre por las estepas y montañas del poema, tras la espiritualidad, para tolerar, descifrar y comprender el mundo. Como un símbolo sisífico volviendo a rodar la roca como pagando un martirio.
Al cruzar el umbral se adentra a los caminos y senderos del espíritu que padece el mundo térreo y se reconcilia con la plenitud del alma. Es la oda sagrada diseminada en versos para el salmo glorioso y la homilía venturosa, para decir la compenetración llena de ardores como una fritura de incienso al Gran Bondadoso.
Estos cantos enaltecen las palabras sacras para opalizar la oda en el amor por una ciudad llena de historia y heroísmo. Llena de sombras trasparentes que alumbran desde un pasado que llega en cantos sembrados de donde, de vez en cuando, se recogen frutos que se pueden cosechar en todos los tiempos. La espiritualidad de palabras en llamaradas de lamento azul ante los rosicleres de un amanecer o una tarde de arreboles.
Es también, loa a los amigos del alma y autores que han ido sembrando tras el ruido y el silencio, lo esencial del valor del ser que sufre y canta.
El poema Pábilos humeantes es el desafío, la resignación del mismo evocado Job, desde otras fronteras del grito y la reciedumbre de una conciencia férrea.
Shjol, esa palabra existente del hebreo distante, casi invento en la búsqueda de la palabra exacta que matice, identifique y signifique símbolo para el padre, la ausencia del hijo. Ese viejo asunto del poema para ser atrapado en la palabra efímera en busca de la palabra eterna. Es la presencia del lenguaje como enlace para que irrumpa el lampo que ilumina el hálito en la mañana al tomar el café para agradecer el día sagrado porque:
"Conmigo Viene con el aire
Trae el olor del perro mojado
Es una ola de pretéritos imperfectos"
Sí, pero con futuros anhelados.
Con las esperanzas puestas en la fe cotidiana del peregrinar del alma.
Juan Mares, cual Quijote de Apartadó, ante un cuadro de Miguel Elías que viajó a Costa Rica (foto de Jacqueline Alencar)
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