Carlos Suárez, quinto mío y el gran director de fotografía del cine español, se me murió en octubre. Atrás quedó el Goya que había ganado después de tres nominaciones, sus excelentes traducciones francesas, las incursiones que hizo como director empezando por este título. Y las comidas con tertulia incorporada hasta caer la tarde con Manuel Alcántara.
Mientras escribo esto me empieza a amargar la vida: que de los muchos amigos, sólo quedo yo aquí, vaya mierda.
Fue muy hermano de su hermano Gonzalo, que hizo aún más cosas que él, bajo el hechizo a veces de nuestra Charo López. Y los dos cuidaron a Helenito, el hermano chico que llegó desde una historia de amor de su madre con Helenio Herrera, el mejor entrenador de fútbol de todos los tiempos. De Helenito, que no sé dónde para, se ocupó más Carlos. Hacían entrevistas deportivas, el benjamín ponía el texto, y Carlos se encargaba de que aquello no pasase inadvertido gracias a unas magníficas fotos.
Gonzalo estuvo mucho más unido a Helenio Herrera. Escribía con el nombre de Martín Girard. Martín porque le gustaba a un amigo suyo del colegio, y Girard porque era el apellido de su mujer. (Antes de que se me olvide: Gonzalo Suárez nació en Asturias con la revolución minera. Y no por casualidad).
Gonzalo Suárez trabajó para Helenio Herrera como ojeador. Cuando tocaba partido, Gonzalo se iba una semana antes a ver y estudiar al rival, y luego le chivaba todo a Helenio.
Ay, Helenio Herrera, ya no quedan tipos como lo que fue. En un partido de Copa contra el Real Madrid en el Bernabéu, el Barsa perdía 2-0 al acabar el primer tiempo. Helenio entró con sus jugadores en el vestuario y les dijo: ellos han hecho el partido de su vida y vosotros habéis dado pena. Y sólo os han metido 2 goles. Salid ahí ahora, jugad como sabéis y les metéis 4. Al final del encuentro el resultado fue 2-4 a favor del Barsa. Y en Sevilla casi le linchan. Llegó el Barsa para jugar contra el Betis y lo primero que dijo: a estos los ganamos sin bajarnos del autobús.
Él era así de argentino. En cada partido fuera de casa, no salía el último del vestuario detrás de los jugadores. Salía 15 minutos antes, se daba una vuelta por el campo mientras los espectadores le llamaban de todo. Luego entraba en el vestuario y les decía a sus jugadores: ahora podéis salir tranquilos, que ya les he cansado yo.
Se marchó al Inter de Milán cuando el equipo del millonario Moratti languidecía. Le ayudó mucho que se fuese con él Luisito Suárez, el mejor jugador español de la historia y el único de los nuestros que ha ganado el Balón de Oro (ganó uno y el segundo se lo robaron, lo mereció más que el primero y más que nadie). Juntos dieron al Inter campeonatos y Copas de Europa, una gloria jamás conocida en el club.
El Inter cuenta ahora con un entrenador bronco que tiene la manía de gobernar la vida íntima de sus jugadores. Hasta en cuestiones de sexo. Antes del partido, vosotros debajo y ella arriba, así os cansáis menos. Después de los partidos, por mí como si hacéis el kamasutra.
No sé si tiene razón este entrenador. Una tarde en La Coruña, Elícegui, también conocido como El expreso de Irún, me contó que en este equipo se hartaba de meter goles. Por eso le fichó el Atlético de Madrid. Y resultó que en Madrid no metía ni uno. Siempre llegaba un segundo tarde al balón. ¿Cómo se solucionó aquello? Pues, según el propio jugador, un día le llamó el médico del club, Antonio Valencia. Le preguntó qué vida hacía en Irún. Pues mire usted, yo en Irún antes de cada partido iba con una señorita. El médico encontró la solución a los males de Elícegui. Le dio el nombre y la dirección de una señorita para visitar antes de cada partido y Elícegui desde entonces volvió a meter goles sin parar.
Don Benito Pérez Galdós, nuestro mejor novelista de los siglos XIX y XX no hizo nunca el kamasutra, salvo que doña Emilia Pardo Bazán me desmienta. Las pocas mujeres que pasaron por su cama dijeron que era escaso. No dijeron que era pobre sino escaso. Pobre es el que al menos lo intenta. Pero el autor de los interminables Episodios Nacionales era escaso en la cama. Y es que no se puede luchar en todos los frentes y ganar todas las guerras.
Yo supe demasiado tarde que era muy malo jugando al fútbol. Tan malo que yo me creía muy bueno y eran los demás quienes no entendían mi manera de jugar. A la hora de escribir, probablemente he sido más abundante que don Benito Pérez Galdós. Ya no soy un crío. Y no suelo engañarme a mí mismo. Por eso creo que estoy en lo cierto si al compararme con don Benito sólo nos parecemos en lo de escribir.
Pero respecto a lo otro, tendrán que hablar por mí y no yo. No vaya a resultar que sea como cuando jugaba al fútbol y me creía Luis Suárez.
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