Más allá del Hospital de la Santísima Trinidad y del convento de las Carmelitas solo había tierras de labor y campos de cultivo en los que aparecen algunos caminos dirigidos a Ledesma y Villamayor
A mediados de la década de 1920, Salamanca aún no había empezado a extenderse. Más allá del Hospital de la Santísima Trinidad y del convento de las Carmelitas solo había tierras de labor y campos de cultivo en los que aparecen algunos caminos dirigidos a Ledesma y Villamayor.
Por estos caminos se acarreó desde las canteras de Villamayor gran parte de la piedra utilizada en los monumentos de la ciudad. Salamanca entonces apenas superaba los 24.000 habitantes, y en sólo 15 años se llegaría a más de 75.000, desbordando así la casi inexistente planificación urbanística de la ciudad.
En la foto adjunta, tomada desde la torre norte de la Clerecía, se puede observar la galería que recorre el tejado del pabellón norte del inmenso edificio de los Jesuitas, la magnífica cúpula barroca de la Purísima, reconstruida en 1675, tras el derrumbe de la original en 1657, detrás, en el límite urbano, se puede apreciar el Hospital de la Santísima Trinidad.
En la parte derecha de la imagen encontramos la calle de la Compañía, dejando a un lado el convento de las Agustinas, el palacio de Monterrey y la torre del convento de las Úrsulas. Por su otra orilla la iglesia de San Benito, el convento de la Madre de Dios, al fondo la iglesia de las Carmelitas rodeada aún por su primitivo convento y a la izquierda de la imagen los restos del convento de San Francisco.
Lo cierto es que Salamanca, sea cual sea el ángulo desde el que se contemple, provocará siempre la más profunda de las emociones, porque es una ciudad que, bajo su armazón de piedra enriquecida por el sol, oculta el espíritu de la historia moldeado por la sabiduría.
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