Ayer tuve la oportunidad feliz de volver a mi pueblo acompañado de mis hermanas. Visitábamos a algunos amigos. Hacía cinco años que yo no había vuelto a mi lugar nativo. Y descubrimos un pueblo nuevo, diferente. Parecería que el largo confinamiento, como fruto de los efectos de la covid19, nos ha llevado a vivir una nueva visión de la realidad, aun la más cercana a nosotros.
La frondosidad de los pequeños sembrados, o de los huertos, llamaban poderosamente la atención. Las edificaciones aparecen la mayoría de ellas renovadas, aunque algunas antiguas permanecen todavía a la espera de su reconstrucción. Porque, sí, parece que los pueblos tienen futuro. Y la covid19 seguramente tiene algo que ver en esta expectativa del porvenir.
La primera impresión que recibimos en un sencillo paseo por el pueblo al atardecer, fue que el pueblo está prácticamente vacío. Comentaba nuestro amigo que un conocido suyo dictaminaba: En el pueblo había antes muchos niños y pocas casas. Ahora hay muchas casas y pocos niños.
Parece que, porque hay pocos habitantes en el pueblo, o porque la gente tiene miedo todavía a salir de sus casas, de sus sedes de la ciudad, la sensación era que el pueblo está casi completamente vacío. Y eso que las fechas son previas y cercanas a la fiesta de Santa Marina, la patrona de la localidad. Claro que este año las fiestas están suspendidas y tienen menos atractivo que en los años anteriores.
Es verdad que al pueblo vienen algunos vecinos más en los fines de semana, porque tienen allí su segunda vivienda o la vivienda familiar tradicional. Pero esta vez, en este año, quizá a causa de la pandemia, la ausencia de los vecinos del pueblo es de lo más notable. Y eso que veranear o tomar las vacaciones es más caro hacerlo fuera, en el extranjero o en otros lugares de nuestro país. Volver al pueblo es lo más razonable.
Pero también se nota un retorno, con intención de permanencia, de viejos habitantes o de nuevos aspirantes a la vida rural, cansados de la vida artificial, forzada y estresada de las capitales o de las zonas industriales. Seguramente la experiencia del confinamiento les ha hecho redescubrir valores más importantes que los del dinero, el poder o la influencia social y política.
Según informaciones fidedignas, hay una corriente creciente de personas que buscan la paz y la vida sencilla de nuestros pueblos. Es un hecho que cada vez hay más gente que pide empadronarse en los pequeños pueblos. Puede ser que la vida sea también más económica, más sencilla y más atrayente.
Parece que ya hace tiempo se ha ido descubriendo que hay medios de vida suficientes y de carácter más humano en nuestros pequeños pueblos. Si hay medios escolares, sanitarios y un mínimo de movimientos culturales, a la vez que están mejorados los medios de comunicación: carreteras, transporte público, líneas telefónicas dignas y acceso suficiente a internet, la gente va prefiriendo redescubrir y gozar los valores notables de nuestros pueblos.
Si el año que viene volvemos a visitar nuestro pueblo, espero que encontremos en él una mayor abundancia de vecinos, y podamos confirmar la tendencia a recuperar los valores de la vida rural y la vuelta a la villa de un buen número de vecinos que aporten vida, movimiento cultural y alegría, con que revitalizar a nuestros pueblos.
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