Los nuevos mitos sobre sexualidad son muy contradictorios. El viernes pasado resumíamos un nuevo mito sobre la identidad sexual, basado en la teoría 'Queer': el sexo biológico es fluido, inconsistente, tan flexible que cada persona "se autodetermina", puede decidir su identidad sexual, con independencia de su sexo biológico. Una teoría que no tiene ninguna consistencia, pero es defendida incluso, entre nosotros, por un partido político, que espera ganar votos.
Esta semana nos vamos al otro extremo: El sexo biológico es un instinto, una necesidad biológica como tantas otras, necesita satisfacerse cada cierto tiempo, como el hambre o la sed.
En el viejo mito, nos contaban que era "un deber" procrear (una vez casados) o un pecado mortal (merecedor del infierno eterno), si no era dentro del matrimonio heterosexual. Un instinto peligroso, una "enfermedad de la naturaleza", una tentación y mil disparates más. La sexualidad estaba ubicada en cuerpo, en sus partes bajas, etc. Relacionada con el pecado original, heredado (¿cómo puede ser heredado un pecado?), por el que los niños, si morían sin ser bautizados, pasarían la eternidad en "el limbo". Todo era eterno, el cielo, el infierno y el limbo. También había un purgatorio, temporal en este caso. Yo no he encontrado eso en el evangelio.
En el nuevo mito, las cosas se han simplificado y secularizado. La sexualidad es un instinto más que hay que satisfacer, no hay más que hablar. Sentimos el hombre y comemos, tenemos sed y bebemos, se activa el deseo sexual y lo satisfacemos. Una necesidad natural y biológica.
Claro que no hace falta pensar demasiado para darse cuenta que el sexo y la sexualidad no son una necesidad biológica como el comer, porque muchas personas pasan muchos años sin masturbarse, coitar, etc. La conducta sexual es una condición necesaria a las especies sexuadas, como la nuestra, porque sin ella no habría descendencia, pero no es necesaria para la vida de las personas concretas. Nadie muere por abstinencia sexual, con independencia la consideración que cada cual tenga de la abstinencia.
Otras diferencias nos hacen más humanos (los animales tampoco mueren por no aparearse, bien lo saben los que castran de una u otra forma el deseo sexual de sus mascotas). Veamos.
En primer lugar la sexualidad humana es más una "pulsión", "una deseo muy poderoso" que un instinto más. No tiene prefijado su destino, decía Freud, puede reprimirse o satisfacerse y sus formas de satisfacción son muy variables. Por eso, hay tantas diversidades sexuales y conductas sexuales, en la especie humana, como ver películas pornos con viejas. Y por ello hay tratamientos de la sexualidad religiosos, legales, sociales y culturales tan diferentes.
En segundo lugar, y esto es lo más importante, la sexualidad humana está en el "reino de la libertad". En otras especies (aunque con algunas especies, cercanas a la nuestra, habría que hacer más precisiones) el deseo de las hembras depende de sus ciclos y su "celo": no desean si no están "en celo" y no rechazan el apareamiento durante el celo.
Las mujeres pueden sentir deseo, excitarse y tener orgasmos en cualquier momento del ciclo, estando embarazadas y después de la menopausia. Pueden decir sí o no en cada posible relación sexual, con deseo o incluso sin deseo sexual. Sus decisiones las toman por motivaciones muy diversas y muy personales. Esta novedad evolutiva supone un cambio cualitativo: el poder decidir, la libertad. La sexualidad no está atada a un instinto, el celo o una programación biológica determinante.
Los hombres también pueden y deben tomar decisiones en lugar de legitimar sus errores, agresiones y violaciones, con un discurso propio de otras especies.
Esta es la grandeza de la especie humana, su libertad. De ella se deriva la necesidad de ética sexual, los buenos usos de la libertad. "Mi libertad y tu libertad".
En tercer lugar, somos sexuados fisiológicamente, emocionalmente, afectivamente y mentalmente. La sexualidad no es solo biología sino que se siente, se vive y se representa mentalmente. Los afectos sexuales (deseo, atracción y enamoramiento) se pueden entrelazar con los empático-sociales (apego, amistad, sistema de cuidados y generosidad). De cómo resolvemos estos afectos, depende, en gran medida, nuestro bienestar.
En cuarto lugar, somos sexuados socialmente y culturalmente. Ninguna sociedad humana es ajena al hecho sexual humano en su manera de organizarse, identificarse, relacionarse y representarse culturalmente. Otra cosa son los usos represivos y discriminatorios que han impuesto las clases dominantes religiosas, políticas o económicas. Quien haya leído a los poetas o haya amado sabe bien que la sexualidad no es como el comer ¿Cómo se puede ser tan simplista?
La sexualidad humana es rica, está llena de posibilidades y nos permite responsabilizarnos de nuestra biografía sexual y amorosa. Banalizarla, con estos y otros mitos, puede ser una tragedia personal y social.
Tenemos la suerte de poder decidir nuestra vida sexual y amorosa, reducirla a un instinto más es dejar de ser humanos, perderíamos el don más preciado, la libertad, como decía Don Quijote a Sancho, en medio de La Mancha.
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