Vino la paloma otra vez al alféizar de mi ventana y me miró desafiante. Leyó mi artículo de abril sobre ella y vino a discutir. "¿Pero qué demonios soltaste en tu artículo - me reclamó - No entiendes nada, los humanos no entendéis nada". "Ya te dije que me das demasiada importancia- contesté- Por qué no hablas al menos con el alcalde, su casa está cerca de aquí".
Empezó a soltarme invectivas como si yo la escuchara mejor que nadie, me dijo: "Tuvisteis una ocasión única. Estabais encerrados, pensabais que podíais morir cada uno de vosotros, el miedo os acorralaba. No podíais andaros con grandes retóricas y cada segundo era un tesoro de vida para vosotros. Podíais haber descubierto la vida. En lugar de tecnologías apabullantes y complicaciones sin fin pudisteis apreciar cada segundo de vuestra vida, cada latido irrepetible. Cada recuerdo de una felicidad imposible, cada mirar al fuego al lado de alguien, cada verano que caía sobre vosotros deslumbrante junto al mar. Pudisteis repasar como os miraba aquella chica en aquel segundo secreto antes de ir al colegio, saborear aquella frase tan intensa de aquel libro. Creí que os volveríais hacia lo original, hacia lo valioso. Creí que caeríais de vuestros despistes y de vuestros caballos mecánicos y sentiríais la vida y la tierra".
Le contesté: "algunos lo hicimos, en algunos instantes lo hicimos. Descubrimos la vida porque sentimos que podríamos perderla muy pronto. Los humanos solo damos valor a lo que vamos a perder enseguida, o a lo que ya hemos perdido". Pero la paloma me interrumpió con aspereza y me dijo: "No, no os enteráis de nada. Seguís creyendo que las máquinas os darán todo y no vuestros ojos. Seguís con vuestras doctrinas y vuestras mezquindades. Y nunca os enteráis de nada". Yo le dije tímidamente: "bueno, yo hago lo que puedo". Y ella me soltó: "tú solo eres un gilipollas".
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR FOTO: CONSUELO DE ARCO
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