El público en el fútbol es un motivador natural y no solo para los propios aficionados. También lo son los medios de comunicación y sobre todo las televisiones. El futbolista es "narcisista" en ocasiones y quieren mostrarse, sentirse observados, demostrar sus habilidades en el juego. De hecho, los entrenadores manejan a los suyos con la "motivación negativa" que provoca el público ajeno, les hacen ver a los suyos que tienen "enemigos externos" a los que batir.
Por eso, el campo de juego sin público es como se suele decir "un hospital robado". Hasta los jugadores tímidos se encuentran fuera de lugar sin los murmullos, sin los gritos, sin los ambientes de aceptación o desprecio. En el fondo de sus almas, los futbolistas sienten lo que Woody Allen señala: "¿Usted que religión practica? ? Yo? el catolicismo? ¿Y usted? ? Yo nací en la comunidad judía, pero ahora practico el narcisismo". Lo bueno de no tener público es que los fallos no se agrandan tanto, eso sí, tampoco las virtudes manifiestas.
Porque, entre otras cosas, estando el final de Liga tan próximo, los jugadores necesitan "ponerse en el escaparate" de cara la temporada que viene y deben actuar para "hacer méritos" que les facilite futuros contratos. O sea, como no pueden convencer a los aficionados se encontrarán con la necesidad de que alguien los observe, no solo necesita que su propio club le envíe mensajes, pero necesita de observadores de otros equipos que puedan contratarlos en el futuro, por lo cual tendrá que encomendarse a las retransmisiones televisivas. Por tanto, el fútbol sin público es menos fútbol y la falta de apoyo moral lleva a los futbolistas a una sensación de orfandad incuestionable. También los clubs habrán llegado a conclusiones porque, si bien los aficionados significan en torno a un 25% de los ingresos del club, los intangibles ejercen otras propiedades implícitas a cualquier club aunque no se sea muy consciente de ello.
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