Johnny Guitar llegó a una ciudad española poco antes del confinamiento. Habló con la mujer del bar que interpretaba Joan Crawford. Los veo en el bar antes de que las huestes feroces le prendan fuego, los dos se dicen: "miénteme, dime que me has esperado estos cinco años", los dos se reprochan, pero en el fondo sus palabras están llenas de amor y de vida. Los veo en esos momentos en que el bar es la libertad, la apertura, la música, el dinamismo, las lámparas con muchas bombillas en el techo. Antes de que vengan los feroces con su ruido y su furia y echen abajo la lámpara para que todo se destruya e intenten ahorcar a la mujer independiente.
Y después los veo cuando han huido de los fanáticos, de esa mujer gritona y celosa que atiza a sus huestes sórdidas contra Joan, cuando se han escondido en una cueva detrás de una cascada, detrás de la sensualidad de la cascada y el río. Y al final consiguen descabezar a esa banda de mezquinos brutales y salen de su escondrijo. Y los dos salen a caballo y los dos se convierten en una leyenda y una canción. Siempre llevaron dentro una leyenda y una canción.
Así le ocurrió a Johnny Guitar entre nosotros con el virus. No solo él y su amada independiente y sin cursilerías se enfrentaron al virus fascista y enemigo de la vida. También se enfrentaron al virus de la ignorancia, de los bulos, de la brutalidad, del sectarismo absoluto que no se flexibiliza ante nada, de los muros cerrados. De las fórmulas ideológicas inamovibles que no se adaptan a la vida, de la negación de la vida en cualquier forma. Que se muera el planeta entero pero no sus prejuicios y sus doctrinas, sus intereses y sus mezquindades. Pero Johnny Guitar, Juan Guitarra, con su vitalidad sin aspavientos, se enfrentó a todo eso y lo superó. Y amó y siguió vivo. Porque Johnny Guitar somos todos nosotros.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR
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