Soy de los que creen que hay que evadirse de la realidad de vez en cuando, porque la realidad no está precisamente para echar cohetes.
No basta con abrir la ventana al pavoroso mundo del coronavirus, en el que los episódicos intentos relativizadores de botellones, orgías, concentraciones masivas y demás no hacen sino ahondar el problema en lugar de paliarlo. También está el otro mundo cruel del racismo, la violencia, el terrorismo y otras lacras aún vigentes en la sociedad contemporánea. Así es que soy partidario de que de tiempo en vez nos tomemos un respiro.
Pero no hay tu tía. Las noticias gratas en el ancho mundo brillan por su ausencia. Entre otras cosas, ya se sabe que una buena noticia no lo es, que los humanos resultamos tan morbosos que sólo nos interesan las desgracias ajenas y que sucesivos intentos de noticiarios positivos se han saldado siempre en un fracaso. De ahí mi apuesta por la evasión.
La verdad es que cada vez resulta más difícil conseguirlo. De una parte, tenemos los reality shows televisivos que nos arrojan la basura vital de gente que maldito si nos importa lo que les sucede. De otra tenemos series de creación o fantasía que se basan siempre en crímenes, narcotráfico, terrorismo y materias afines que nos alegran la vida. Es un decir.
¿Para cuándo las antañonas series de humor o es que ya a la gente no le quedan ganas ni de reír? Todo lo que puede verse en la pequeña pantalla son series que se arrastran, con más pena que gloria, como la inefable y rijosa La que se avecina o el patético intento fallido de hace humor con el confinamiento de otra patética comunidad de vecinos.
Es hora, pues, de recuperar el sentido del humor antes de que entre todos nos amarguen la vida y creamos que el coronavirus y otras desgracias sean el único y triste horizonte vital de nuestras vidas.
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