Poco a poco, las fiestas, las celebraciones litúrgicas y las procesiones populares van tomando lugar entre las actividades sociales que se han ido liberalizando
La pandemia del COVID-19 y el consiguiente confinamiento nos obligó a prescindir de muchas de nuestras actividades y prácticas regulares, que constituían el vivir de cada día, que llenaban y daban sentido a nuestra vida e incluso alimentaban nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Entre las actividades suprimidas estaban muchas de las productivas, de las que dependía nuestra alimentación y nuestra salud. Pero también quedó de lado la actividad cultural de todo tipo (música, teatro, cine, deportes, etc.) y, por supuesto, quedaron postergadas todas las actividades religiosas, no sólo las catequéticas y formativas sino también las eucaristías, bautismos, bodas, entierros, etc. E igualmente se fueron suprimiendo poco a poco las fiestas populares y aun las seculares. Pensemos en las fallas de Valencia, por ejemplo.
El encerramiento fue una prueba para todos, en general similar para cada uno. Para la mayoría lo grave era no poder salir de casa, ni pasear en el campo, ni visitar a los amigos y familiares. Los cantantes y artistas sentían no poder realizar sus obras públicamente, que además eran instrumento de su subsistencia económica.
Pero en un país religioso y particularmente católico, como el nuestro, fue especialmente dura la imposibilidad de celebrar las eucaristías, sobre todo de los domingos. Pero resultaba especialmente doloroso el no poder celebrar los entierros, y el tener que posponer las primeras comuniones o las bodas. Y era especialmente sensible la supresión de las fiestas, tantos litúrgicas como populares.
No se han podido celebrar ni la fiesta de San José, ni las ceremonias y procesiones de Semana Santa o de Pascua, ni últimamente la fiesta de Pentecostés y, sobre todo, la tan popular y significativa manifestación del Corpus.
Pero en la presente desescalada, superadas ya tantas celebraciones telemáticas y televisivas que suplían a las presenciales, se ha podido ir abriendo las iglesias y hacer algunas celebraciones, con limitaciones de asistencia marcadas por el aforo correspondiente.
Las últimas celebraciones significativas, todavía bastante limitadas, han sido las de la fiesta del Corpus. Lo más llamativo ha sido la sencillísima celebración de Toledo, más sobresaliente si se compara con las solemnísimas celebraciones procesionales de otros años. Este año se prescindió de la soberbia procesión reduciéndose al sencillo rito de una bendición con el Santísimo Sacramento desde la puerta de la Catedral.
En Salamanca, se concluyó la Eucaristía, que presidió nuestro obispo Don Carlos en la Catedral Vieja, con la exposición del Santísimo y la bendición final impartida con el mismo sacramento. Evidentemente se echó de menos la solemnísima celebración de otros años en la Catedral Nueva, llena hasta los topes, y la consiguiente procesión por las calles del centro histórico de la ciudad.
Sólo en la diócesis de Alcalá de Henares se logró sacar a la plaza de la catedral, llamada de los Santos Niños, que son los patronos de aquella iglesia, al Santísimo Sacramento, con limitaciones de público asistente, y supliendo la procesión tradicional por el recorrido de varias mesas situadas en torno a la plaza, e impartiendo la bendición eucarística en cada una de ellas.
Vemos, pues, que . Esperamos que, en las próximas fechas, terminado ya el tiempo del confinamiento, se pueda volver a la rutina de las misas dominicales, a la administración normal de los sacramentos, eucaristía, primeras comuniones, bodas, fiestas y procesiones, etc. Vuelven de nuevo las celebraciones festivas.
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