(H. G. Wells, El mundo liberado. 1914)
Para finales de este mes estaba prevista la 46ª reunión del G-7 en Estados Unidos, que Donald Trump deseaba celebrar en su rancho privado de Texas. El Covid-19 la ha impedido, quedando suspendida sine die, y es posible que pase lo mismo con el próximo encuentro del G-20, que se preveía para noviembre en Riad. Estas reuniones, en cuya preparación y desarrollo se movilizan cientos de diplomáticos y altos cargos de todo el mundo, serían posiblemente el lugar más a propósito para la propagación del contagio epidémico (algo que podría provocarle a más de uno algún sueño político húmedo?). Además, tales meetings exigen un despliegue policial aún mayor: recordemos que en el último G-7, celebrado en Biarritz, hubo 20.000 policías y soldados franceses y españoles desplegados por tierra, mar y aire, con drones y perros de policía (y con detenciones "preventivas" ilegales y estado de sitio local). En esa ocasión, la ratio fue de 3 a 1 entre policías y manifestantes que se expresaban contra los responsables de un orden internacional injusto.
No es cosa de entrar aquí en el contenido y los resultados de estas reuniones, más bien decepcionantes. De entrada, es muy discutible su representatividad global pues, estando Italia o Japón en ellas, no están Rusia ni China. Pero un poco a regañadientes reconoceríamos que es mejor que haya algún atisbo de coordinación entre gobiernos de las potencias a que no lo haya, especialmente ahora que encaramos una catástrofe sanitaria y una crisis económica y social de Dio. Por lo demás, mientras hablan entre ellos, los gobernantes no se pelean: recordemos que el multilateralismo, nacido en el Congreso de Viena (1815), tuvo y sigue teniendo como misión principal resolver los conflictos mediante negociaciones, evitando la guerra.
Quizá se podría ir más allá en esa línea (o, al menos, divagar sobre ello). Hace más de un siglo H. G. Wells argumentó la conveniencia de un gobierno mundial para evitar una debacle inminente (que entonces se materializó en la Gran Guerra del 14) y hoy habría más motivos, no menos, para establecerlo. Pero, paradójicamente, si esa idea era utópica entonces, aún lo es más ahora. Siendo así, en su defecto, convendría potenciar el multilateralismo y el campo de acción de las organizaciones mundiales, tomando como guía principal los principios y valores de la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración universal de derechos de 1948, que pone a "todos los miembros de la familia humana" como sujeto de tales derechos.
Por desgracia, no parece que vaya por ahí la cosa. Las dos grandes potencias ?Estados Unidos y China? parecen embarcadas en una nueva guerra fría con su paralela carrera armamentista y su pirotecnia verbal, guiándose más por la ley del más fuerte que por el respeto hacia esos valores y esas instituciones y tratados internacionales. (La guerra comercial y financiera entre ellos, sin embargo, no llegará demasiado lejos, pues ambos perderían en ella). Que la Casa blanca esté ocupada por un chovinista sin dos dedos de frente es desasosegante: su anuncio de retirada de la OMS en este momento es ignominioso e irresponsable, como lo fue anteriormente su desprecio de los acuerdos sobre el cambio climático y sobre el uso del espacio, del Tratado de armas nucleares de alcance medio, del convenio con Irán? Y lo peor de todo es que esta actitud prepotente y unilateral provoca reacciones semejantes en otras potencias.
En este contexto, es lamentable que la Unión Europea carezca del liderazgo intelectual y político necesario para dar marcha atrás en esa deriva y abrir perspectivas hacia un orden mundial más justo, ecológico y solidario. Las crecientes movilizaciones ciudadanas de los últimos años son, sin embargo, un atisbo de esperanza en este panorama tenebroso de desgobierno mundial.
(Imagen: reunión del G-7 en Biarritz. 2019. Foto Europa Press)
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