Lo primero que nos viene a la cabeza cuando pensamos en la pandemia del coronavirus es, obviamente, la catástrofe de miles de muertes y enfermedades que ha dejado a su paso (y sigue dejando en numerosos países) y en segundo lugar las grandes pérdidas económicas que ha producido, que hemos sufrido y seguiremos sufriendo.
Pero hoy voy a poner la atención en el confinamiento, desde esa mirada que da siempre la razón a ese dicho "No hay mal que por bien no venga".
Hay algunos aspectos positivos que ha producido la cuarentena de tipo colectivo, y algunos otros más individuales. El efecto positivo de mayor trascendencia ha sido el hecho de que como estrategia de lucha contra la epidemia el confinamiento se ha revelado como el más eficaz. El estudio del Imperial College de Londres, del que se ha hecho eco la prensa estos días, calcula para España la cifra de 450.000 vidas salvadas (que es lo mismo que 450.000 muertes evitadas). Cifras similares aparecen aplicadas a numerosos países de todo el mundo. Sólo este dato justifica el sacrificio que hemos sufrido toda la población, unos más intenso, otros menos.
Hay un segundo efecto positivo importantísimo, que ha tenido este parón universal de un par de meses, como media, de duración : la mejora de numerosos aspectos del medio ambiente; desde la calidad del aire en las ciudades ( sobre todo por la ausencia de tráfico), hasta la mejora del estado de los océanos y de muchas especies marinas, pasando por la conservación de los bosques, los ríos, y la vegetación, en general. Hay experiencias individuales que nunca olvidaremos; por ejemplo, un amigo madrileño me decía que en estos meses ha podido, por primera vez en su larga vida madrileña, ver el cielo estrellado desde su balcón. Una mujer añadía que era la primera vez que podía ver desde su infancia, desde la ventana de su casa, la sierra madrileña. Los venecianos pudieron ver bajo sus aguas delfines que no habían visto desde hace muchas décadas. Así, infinidad de casos que se han publicado en todos los medios.
En el plano familiar e individual muchas familias han tenido la experiencia de una convivencia más estrecha, sin la ansiedad del reloj y los horarios que continuamente impide una comunicación no troceada por exigencias de todo tipo. Esta convivencia relajada ha sido muy positiva especialmente para los niños. La mayoría de las niñas/os han disfrutado de la presencia paterna y de sus hermanos, mucho más numerosos (me atrevo a intuir y afirmar a falta de estudios aún inexistentes) que los niños/as que en el confinamiento han sufrido por las tensiones y desencuentros familiares. Quizás por primera vez en sus vidas muchos han sentido que las relaciones afectivas estaban por encima de los deberes laborales, educativos o sociales.
El mayor tiempo pasado en casa ha permitido también leer más, aprender nuevos juegos o introducirse en algún instrumento musical o en alguna actividad artística.
En general, aunque parezca paradójico, muchas personas se han sentido más creativas que en tiempos normales, como me comentaban dos amigos el otro día, un compositor y un pintor: la creatividad exige atención y alguna dosis de tensión.
Incluso el autor de este artículo tuvo también, excepcionalmente, un día de inspiración poética, en torno a lo externo a la ventana y a lo interno, anímico; el poema se titula:
Confinamiento.
Miro hacia fuera y veo lo que importa
El suave temblor de las hojas del fresno
El vuelo del mirlo hasta la rama más alta
Los pardales que cruzan hacia las torres
Las cigüeñas solitarias en su viaje sin niños.
Escucho el canto constante del pardillo,
El eco de las aguas
Los truenos lejanos que señalan el deseo aplazado de lluvias.
Huelo las moras pisoteadas en el suelo de los mendigos, los ciclistas
Y los niños que corren envueltos por palomas alborotadas.
Toco la hierba mojada y no digo a nadie que lo que veo,
Tras la ventana, es lo que me importa
Pues a nadie le importa qué veo en el horizonte de mi vida,
Si la ausencia o la vida que no cesa
A orillas del río.
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