A veces se tienen pesadillas de lo más variopinto. En esta ocasión tienen que ver con sesiones en el hemiciclo. Se me ponen los nervios de punta, porque estaba esperando que, después de todo lo que ha pasado y con la que está cayendo, se pusieran todos a trabajar muy seriamente (como la ocasión merece), pero no hay forma: vuelven una y otra vez a la "anormalidad" que caracteriza a la mayoría.
Cuando hablo de anormalidad me refiero a su significado más literal según la RAE: "cualidad de estar fuera de las condiciones que le son inherentes". Y, desde mi punto de vista, "las condiciones inherentes" a un político son representar al conjunto de la ciudadanía y velar por sus intereses (por los intereses de los ciudadanos, se entiende, y no por los suyos, "de ellos").
De esta forma, aquellos que, en realidad, NO nos representan, hacen alarde, una vez más, de su escasa o nula preparación y cualificación, de su escasa o nula preocupación por los problemas de la sociedad (que son muchos y afectan a muchos sectores), incluso de su escasa o nula educación, y se dedican a restregarse un rosario de incoherencias, unos a otros, que distan mucho de lo que es la búsqueda conjunta de soluciones, tanto a las problemáticas nuevas que ha ocasionado la pandemia, como a las situaciones que venían coleando sin respuesta desde hace años.
Cuando nos interesamos por un tema que afecta a la colectividad, cualquiera que sea, y empezamos a recabar información veraz, nos quedamos boquiabiertos con la cantidad de cuestiones que están pendientes, que se rigen por normativas o legislaciones desfasadas, que no tienen las oportunas revisiones y actualizaciones que corresponderían a una sociedad avanzada como pretende ser la nuestra. Baste citar las enormes desigualdades en derechos que supone vivir en una u otra comunidad autónoma (distinto salario por el mismo trabajo, diferencias en impuestos de sucesiones, disparidad de servicios, etc.).
Así mismo, y por desgracia, el virus ha sacado de debajo de las alfombras todas las miserias no resueltas, lo que ya era deficitario, todo aquello que no se había afrontado, como por ejemplo la escasez de entramado industrial en un país tan dependiente de otros para todo, cuyas fortalezas se focalizaron en ciertas etapas en el "negocio del ladrillo" y, en otras subsiguientes, exclusivamente en el turismo, es decir, "la industria del sol". El insuficiente apoyo a la investigación y la innovación también ha quedado patente con esta crisis. Además, hemos visto las deficiencias del tejido residencial dedicado a los mayores, y las aguas que lo han anegado. O las ocupaciones ilegales de viviendas cuando sus propietarios han estado ingresados en hospitales por este brote infeccioso; tema este, el de la ocupación con k, que lleva existiendo desde hace años y al que no se acaba de poner ningún remedio.
Otros muchos frentes siguen pendientes. Cuando hay sequía, esperamos milagrosamente a que llueva, porque no hay otros planes. Tampoco existe búsqueda de energías alternativas o sostenibles en un país con tantas horas de luz natural. Nuestra juventud mejor preparada está desarrollando su potencial profesional en otros países, o a cambio de salarios miserables en el nuestro, donde existen tantas modalidades (legales) de contratación y despidos, a medida, preferentemente, de las "necesidades" de las grandes empresas. Cómo resolver la conciliación laboral y familiar. Es largo el etcétera con el que podríamos continuar.
Todo ello, pone en evidencia la desfachatez de remesas de políticos de unos y otros colores que van pasando por el Congreso sin haberse planteado siquiera muchas de las cuestiones que afectan de hecho a la sociedad. Temas que no preocupan, que no duelen, a ninguno de quienes sólo entienden la política como una plataforma en la que ganarse más que holgadamente la vida a base de sueldos (sin olvidar las abultadas partidas añadidas por comisiones) a cambio de no tener ninguna cualificación previa, sin haber desempeñado otro oficio más que el de vivir de la palabrería.
Esta tragedia infecciosa ha supuesto descubrir muchos aspectos maravillosos de los habitantes de este país: solidaridad, entrega, voluntariado, capacidad de adaptación, de comprensión, de organización, de reconversión, coraje, energía, generosidad, apoyo, camaradería, empatía, y muchos valores más que han caracterizado a la mayoría de las personas, que han demostrado, una vez más, estar a la altura de las circunstancias.
La ciudadanía de este país, para poder responder al envite económico generado por el Covid-19, va a tener que remangarse bien y ajustarse, de nuevo, un cinturón que ya estaba bastante ajustado desde la crisis iniciada en 2008. La ciudadanía de este país espera que no se utilice el hemiciclo para hacer, cada partido, su propaganda política para futuras elecciones. La ciudadanía de este país necesita cabezas amuebladas que se pongan manos a la obra y comiencen a buscar soluciones a las necesidades reales. La ciudadanía de este país espera que lo que debería ser la clase política, de verdad tenga clase y esté a la altura de lo que esta sociedad se merece.
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