¡Ojalá no tuviéramos que acudir a esta obviedad! Pero es así. Sin ser pesimistas, escuchando al doctor Simón, es en lo único que debemos fiar nuestra lucha contra el virus: la mascarilla.
Ya se sabe que en el hospital los sanitarios harán magia por sacarnos adelante a pesar de sus menguadas fuerzas y, caso de rebrote, serán fuerzas agónicas. Por tanto, no debemos apostar a nuestra buena suerte.
Aparte, ya hemos escuchado a quienes han padecido la enfermedad y "han vuelto" para contarlo: "la peor experiencia de sus vidas". Así, ni el adulto debe fiarse de su buena genética ni el joven pensar que la mascarilla es cosa de viejos.
Tampoco vamos a saludar a quienes sufren el síndrome de la cabaña y no avanzaron más allá de la Fase 0. Tampoco es eso. Hay que salir de ella cumpliendo las normas.
Por supuesto, lo ideal sería que la vacuna saliera al rescate. Pero esto, todos suficientemente informados, sabemos que será impensable en el presente año.
Y la Historia no da muchas esperanzas, pues lo ocurrido en otros casos, como con el VIH, después de treinta y cinco años de estudios y ensayos, los contagiados sobreviven sin vacuna y con medicinas alternativas que cronifican la enfermedad.
Pero todos los casos no tienen por qué ser iguales. Con un "ojalá" comenzábamos este artículo, y sigamos diciendo que ¡ojalá la vacuna esté a la vuelta de las vacaciones!, como le ocurrió al doctor Fleming con la penicilina. Y esto no es cuento, es verídico.
Su famoso descubrimiento, que tantas vidas ha salvado de la temeraria tuberculosis y otras enfermedades, fue un caso claro de serendipia o descubrimiento accidental.
Habiéndose marchado de vacaciones el tenaz científico, olvidó una placa de cultivo bacteriano y, casualmente en esa ausencia, en la placa creció un hongo y de vuelta a la investigación observó que las colonias de estafilococos que rodeaban al hongo estaban destruidas, pero no las más alejadas.
En síntesis, la deducción de Fleming fue fantástica: una antibiosis (imposibilidad de que unos organismos vivan en las inmediaciones de otros). Acababa de descubrir el hongo del que se sintetizaría la penicilina.
En otro terreno, cualquiera puede pensar que este caso echa al traste aquella teoría de Picasso, a quien le gustaba decir que para que las musas vengan a socorrerte te tienen que encontrar trabajando. Fleming era un gran trabajador, aunque en aquellos días, por fortuna, estuviera de vacaciones, con lo que podemos decir que el hallazgo fue un premio a muchísimas horas en el laboratorio.
Sin embargo, y esto no le gustará tanto al lector pensando en el covid-19, desde el momento en el que Fleming realiza aquel descubrimiento hasta que la vacuna se extendió de manera universal hubo de pasar la friolera de quince años.
Eran otros tiempos. Tenemos que pensar que en la actualidad existen en el mundo muchos laboratorios trabajando en una vacuna contra el coronavirus -varios proyectos en España- con unos medios económicos y tecnológicos que para sí los hubiera querido el escocés Fleming (1881-1955). Un reto al alcance de nuestro tiempo; pero si se consigue gracias al azar, bienvenido sea.
Mientras, nuestra vacuna debe ser la mascarilla.
P.D. Permítanme un deseo personal: Estamos de estreno en la Fase 2 y aún no podemos viajar a Madrid, donde está Dolores, mi madre, la mejor del mundo, que hoy cumple 96 años. Ella está en su casa cuidada por mis hermanos, y le deseo, al igual que a todos los mayores, siempre los mejores -estén en residencias o no-, MUCHAS FELICIDADES y que cumplan muchos. Esta vida les debe todo.
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