"No hay cristales de más aumento que los propios ojos del hombre cuando miran su propia persona" (Alexander Pope)
Hace muchos años, leí la formidable obra maestra de Truman Capote en la que está basada la no menos estupenda película A sangre fría. Pero leyendo la biografía de este escritor, parece ser que fue un hombre, corrompido hasta límites insospechados, no parece que le fue fácil a Capote vivir una existencia entera manteniendo la vitalidad, la curiosidad y la entereza,- cuestión válida para cualquier humano, en el transcurso de la vida- aunque también tienes posibilidades de morirte por dentro. Puedes corromperte, adocenarte, acobardarte o convertirte en algo que tiempo atrás despreciabas. Puedes deprimirte, en tus emociones y tus ideas, incluso alcoholizarte. Hay incalculables formas de echarse a perder y hacer de nuestra vida un auténtico disparate.
Esto es exactamente lo que le sucedió a Truman, un inmenso escritor que vendió su alma al diablo, por una desmedida ambición de ser rico y famoso. Ansiaba tanto triunfar que, no le importó sacrificar vidas humanas para ello; deseoso durante años de que se ejecutara a los asesinos en los que baso su obra maestra. A sangre fría, en la equivocada creencia de que la muerte de esos hombres,- con los que le unía larga y estrecha relación- pondría el broche de oro a su libro. Vivió veinte años más después de su obra, pero ya no consiguió escribir nada sobresaliente, no logro terminar ningún otro libro aparte de algunos cuentos sin relieve alguno. Y cuando murió con 59 años, era un personaje patético y enfermo, un individuo profundamente infeliz destrozado por las drogas y el alcohol.
Un hombre cegado por el estruendo del éxito, por esa desmedida ambición de querer ser importante, rico reconocido, afamado y sin embargo en el deseo legítimo de ambicionar el éxito, puso al descubierto su fatalismo, de creer que estaba empezando lo mejor de su vida, cuando sin superar ese periodo de plenitud, estaba estropeándose, posiblemente sin darse cuenta de engendrar lo más amargo de su existencia.
Vivimos en una sociedad mitificada, por el éxito, la apariencia, y el triunfo mitificada por la juventud, que a la hora de envejecer (único invento para llegar a ello), no contamos con apoyos para el viaje, y por el contrario se nos bombardea con mensajes inquietantes.
Ya lo notarán por las encuestas, que por sectores van delimitando la edad, de manera que hoy para asuntos de trabajo después de los cincuenta pasas a un inquietante apartado limitado, a pesar de la experiencia, el sosiego y la sabiduría etcétera. Es como si a partir de esa edad entraras en una bruma que todo lo deshace, como si fueras escupido al espacio exterior de la vida rica y verdadera. Y sin embargo se da la paradoja de que cada vez vivimos más.
Que es difícil envejecer con dignidad y manteniéndose vivo hasta el final, y que cumplir esa aventura, de desarrollar una existencia entera lo más plena y feliz, es la mayor ambición a la que uno puede dedicar su vida. Envejecer tiene pocas cosas buenas, pero las tiene, tal como la evidencia de que no has muerto joven. Y también que, con poco de esfuerzo e imaginación, sin duda la vejez te hace más sabio (por el contrario, si te rindes y te dejas llevar por la dejadez, el desánimo y la apatía por cuanto te rodea, lo más probable es que acabes siendo un imbécil).
Ser más sabio es conocerte mejor, es llegar a encontrar tu lugar en el mundo, es aceptarte y aceptar a los demás, es descubrir la oculta armonía de la vida, cosas sencillas que te ayudaran a ser un poco más feliz. Y pensar que lo mejor siempre está por venir, a pesar de lo poco que nos ilustro, este escritor al hemos hecho referencia. Truman Capote, se hundió en ese egocentrismo, salvaje, estúpido y sobredimensionado que fue incapaz de medir.
Fermín González Salamancartvaldia.es (blog taurinerias)
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