Atónito este mirador provinciano ante la desolación que se cierne sobre nuestra tierra, reflexiona sobre la vida solitaria a que nos ha obligado la pandemia. Desde mi ventana levanto la mirada a ese cielo limpio, de un azul desconocido, luminoso, que cubre nuestros campos, pueblos y ciudades, liberado todo de la contaminación, que hasta hace unos días lanzábamos a la atmósfera y amenazaba con cubrirnos y devorarnos entre sus garras. Ese cielo es el mismo que contemplaba nuestro máximo poeta lírico, Luis de León, cuando se retiraba al sitio de La Flecha, en la ribera del Tormes. Allí tenían los frailes agustinos del convento de Salamanca un lugar de retiro, donde iban a buscar el silencio y la paz del campo en aquella apacible finca. Allí se retiraba Fray Luis los días de asueto y vacación, huyendo de la vida agitada, a veces convulsa, de la ciudad universitaria y de los odios y rencores que le habían llevado a la cárcel durante cinco años.
En la oda que en muchas ediciones lleva por título "Canción de la vida solitaria", que allí mismo compusiera ante el espectáculo maravilloso de la naturaleza, que se le ofrecía a sus ojos y a su espíritu con el esplendor de la primavera naciente, rompe en un canto de alabanza a la belleza del mundo que le rodea: ¡Oh, monte, oh, fuente, oh río! / , ¡oh, secreto seguro deleitoso!, / roto casi el navío, / a vuestro amo reposo, / huyo de aqueste mar tempestuoso. A la vez que antes ha denostado el poder, el dinero y la fama: que no le enturbia el pecho / de los soberbios grandes el estado. Para retirarse a su interior morada y verse libre de todas las pasiones, que hacen estragos en el mundo y seguramente en su propia vida: Vivir quiero conmigo; / gozar del bien que debo al cielo, /, a solas, sin testigo, / libre de amor, de celo, / de odio, de esperanzas, de recelo.
En este retiro y vida solitaria que nos ha tocado vivir, aunque no elegida, podremos también seguir las pensamientos y profundas reflexiones que nos ofrece el gran lírico "salamantino" y aquí gran meditador. Se nos ofrece en esta situación imprevista, insólita, una ocasión propicia para entrar en nuestro interior y encontrar las riquezas que el ser humano lleva escondidas, y que por desgracia tan ocultas se encuentran en estos tiempos. Es una época que, pienso, pasará la historia por los conflictos entre hombres y naciones, pero sobre todo por una sociedad decadente y vacía, sin valores humanos, donde se ha desterrado todo humanismo, (sólo quedan algunas excepciones) y se ha entronizado al becerro de oro, al que le damos culto, que no es otra cosa que el poder y el dinero, o el dinero y el poder- Puede ser este un momento de volver a la cordura y hacer de nuestra sociedad, cada uno en lo que pueda, un lugar habitable para los seres humanos. Y, sin duda, es nuestro poeta el que nos lo dice también bellamente invitándonos a seguir el camino del bien vivir: y sigue la escondida / senda por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido.
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