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Núñez Solé, la piedra viva
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Un arte que comienza a trepar los muros del empeño

Núñez Solé, la piedra viva

Actualizado 02/05/2020
Charo Alonso

"Cuando José Luis Núñez Solé pintaba sus paisajes urbanos salmantinos, sabía que estaba dejando constancia de una ciudad que perdía sus rincones emblemáticos"

La calle Toro es el río que nos lleva con la prisa de los días, y la nuestra es una mirada que no se eleva, que no repara en las figuras desnudas que, tensas y plenas de fuerza, se estiran hacía el cielo en el friso de las escaleras de uno de los edificios. Más remansada en la Plaza de los Bandos, la mirada acaricia de nuevo las figuras que se alzan en las paredes, relieve de formas que adornan el paisaje urbano. Es la caricia convertida en seres apenas salidos del muro que miramos sin ver, prisa apresurada, porque el arte en la calle, pegado a la pared, tiene la humildad de aquello en lo que no reparamos.

Cuando José Luis Núñez Solé pintaba sus paisajes urbanos salmantinos, sabía que estaba dejando constancia de una ciudad que perdía sus rincones emblemáticos "(quiero) con ellos recordar con el tiempo un algo de la Salamanca que se va" afirmaba. La Salamanca que él consideró su ciudad aunque nació en Zamora en 1927 debido al trabajo de su padre, oriundo de esa Béjar que tantos escultores ha dado y que él contribuyó a adorar con su voluntad pétrea. El niño que jugaba con el barro del jardín guardó siempre como un fetiche la escultura que hiciera usando un clavo a modo de cincel. Escultor precoz, José Núñez Solé ingresó en La Escuela de Artes y Oficios por la que tanto luchara el doctor Filiberto Villalobos, un espacio donde Montagut le enseñó escultura y Manuel Gracia González le dio su dominio técnico para el dibujo. La suya era una voluntad tallada con la precocidad que se enfrenta al padre, un aparejador que consintió en llevarla al taller de Benlliure para que fuera el maestro quien decidiera si el muchacho estaba capacitado. Y lo estaba, por ello estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, se inició tempranamente en los certámenes de la época y consiguió una beca para viajar al París de sus admiraciones: Rodin, Maillol? Son los años cincuenta y Salamanca bulle de escultores que golpean a la par el cincel de la paciencia: González Macías, Damián Villar, Marino Amaya, Agustín Casillas? la escultura precisa de fondos, de fortaleza, de tiempo, de mayor dureza que la de la propia piedra? y se impone la vida y el artista debe compaginar en 1952 su trabajo en la fábrica de prefabricados de hormigón de su padre con las horas robadas al descanso en su taller de Gran Capitán. Es la fuerza del arte.

Un arte que comienza a trepar los muros del empeño. Y Núñez Sóle inicia en 1955 en las alturas del monasterio de la Peña de Francia, sus murales de piedra. Los motivos folclóricos de las tradiciones serranas se relatan en los relieves de piedra que el escultor cedió desinteresadamente. Al trabajo del taller, tallas a la medida del hombre, le seguirán los proyectos monumentales más allá del clasicismo de Núñez Solé, autor de las rejas de hierro del mirador de Santiago que tanto fotografiamos. Sierra extendida como se extiende su trabajo a partir de los años cincuenta. Salamanca está creciendo, se eriza de nuevos edificios institucionales, de iglesias y colegios religiosos, de casas que precisan ornamentos y de encargos oficiales. La alegoría, la tarea constante que desnuda y estiliza la figura a la manera de Mestrovic o Henri Moore, sube por las paredes de los edificios que construyen los arquitectos de la Salamanca de los cincuenta, Lorenzo González Iglesias o Población, quienes trabajan codo a codo con los escultores. Bulle de modernidad la ciudad en las exposiciones del Casino, los certámenes de Educación y Descanso, las incipientes galerías? y Núñez Solé expone en la ciudad, lleva su obra más allá de Salamanca y destaca tanto en el formato monumental, como en la escultura que se compra, se colecciona, se atesora? a la medida de la mano del hombre.

Es la Salamanca que se asoma, tímidamente a la modernidad. La que estiliza el clasicismo de un franquismo que requiere rigidez, ideología y grandeza. Y los artistas salmantinos, deseosos de cambio, se reúnen para formar el grupo "Koiné" que quiere crear un arte vivo que sea libre y despierte a la ciudad dormida. Son Álvarez del Manzano, Montero, Sánchez Méndez, Mayoral? y un escultor, Núñez Solé quienes se unieron al espíritu de las conversaciones de cine. Eran los tiempos de las exposiciones colectivas, las charlas en el Ateneo? un tiempo en el que nuestro escultor, con enorme prestigio como artista y como persona, recibe encargos tan importantes como el de los Jesuitas. Un retablo humilde y grandioso de barro cocido en el que destaca el San José carpintero que ofrece, con ambas manos, una cuna diminuta a la Virgen Madre que aprieta estrechamente a su hijo.

Hay en los trabajos de Núñez Solé, serios, respetuosos con el tema tratado, un detalle insólito. En la piedra franca de la fachada del edificio, los ángeles rodean a la Virgen que visita a San Estanislao de Konska, el santo polaco a quien un ángel incorpora de su cama delicadamente para que pueda gozar de la visión mariana. En los paneles de hormigón, apenas bajorrelieve, pura incisión, del Via Crucis, modernísimo, estilizado, de la parroquia de Fátima, un cubilete guarda las herramientas de la crucifixión, y la mujer que contempla al Cristo, se hace acompañar de dos niñas de la misma edad que las hijas del artista. La suya es la rotundidad del monumento de grandes dimensiones, y la delicadeza del detalle. De ahí que en las figuras alegóricas de la Plaza de los Bandos, la cabeza del caballo asienta, acariciadora entre los cuerpos de los hombres. Piedra de Villamayor junto al mármol travertino del Mural de la Caja de Ahorros, donde de nuevo un niño se recuesta, pura redondez, en el regazo de su madre, cuántas madres que abrazan a sus hijos en la obra de Núñez Solé, el niño desnudo, su culito al aire, trepando por el cuerpo paciente de la mujer.

Trabajo, industria, agricultura, ahorro? las virtudes del castellano austero, la alegoría del trabajo en los torsos desnudos de herreros feroces. Hay un lenguaje callado en el trabajo público de Nuñez Solé, plástica serena en el que ya no habla la ideología dominante que le encargó glosar en piedra las virtudes del régimen. Viendo sus obras, impera la figura, el desnudo estilizado, los rostros geométricos, el cuidado con el que talla pies y manos. Y son esos pies y esas manos, la chaqueta del hombre sobre el hombro, lo que emociona en su monumento a la unificación que nada nos dice ya en los paseos por las Salesas acerca de su valor simbólico. El arte lo es porque se despoja de ideología, y es este conjunto, ya desnudo de mensaje, el que nos recuerda el talento escultórico de un artista que tuvo su estudio casi enfrente de un cuestionado monumento situado, también de forma paradójica, frente a la iglesia de María Mediadora que fue uno de sus trabajos más abstractos, vidriera de color para un artista sin miedo a la experimentación que transciende al tiempo ignominioso que le hiciera alguno de sus encargos.

¿Reparamos en la exquisita factura, en la insólita modernidad de nuestros escultores? ¿En su sabio conocimiento de la historia, la literatura de la ciudad letrada? Casillas y Mayoral, por citar dos ejemplos, habitan nuestro paso acompasando sus figuras a las sombras del paseante. Sin embargo, desde la pared, Núñez Solé nos ofrece el misterio que se alza más allá de la calle, del escaparate iluminado. Suyas son las alegorías del Hotel Monterrey, habitantes de sus delicadas hornacinas. Suya la grandiosidad de la parroquia de San José el carpintero, piedra a piedra, madera de constancia. Suya la lectura en Ciudad Rodrigo de un Julián Sánchez El Charro representado como un campesino de la Salamanca de la dehesa. Suya la lectura de la ciencia y la universidad en el friso de la Facultad de Ciencias, donde la piedra y el plomo crean un mural magnífico donde destacan los primorosos detalles de un orfebre de la escultura, platero del cincel: a los símbolos científicos se unen una diminuta fachada de la universidad vieja, un exquisito y diminuto árbol, un modelo del átomo? lectura concienzuda, cabal, sabia, del encargo que se le hace a un artista consciente del papel de la cultura.

Y cultura era precisamente lo que amaba no solo el escultor sino su entorno. Cultura que desborda la ciudad entera. Núñez Larraz fotografía al artista, Gracia lo dibuja, el grupo Koiné se deshace mientras los artistas siguen alimentando la Salamanca que añoramos. Es el tiempo de las cabezas de los escritores que han recibido el premio Nobel que inicia Núñez Solé con la beca de la Fundación Juan March. Pura ansia de conocimiento que no admite distinción de géneros. Es tiempo de cambio y nuestro artista abandona su trabajo por la docencia, donde dejará una impronta imborrable. Son años en los que la experimentación le lleva ya decididamente al plomo, al hierro, a la abstracción absoluta, a la pequeña pieza que rebasa sus ingentes conocimientos de anatomía, su inmensa capacidad para el retrato. Es la abstracción la que desborda figuras plenas de significado en su aparente sencillez. Sin embargo? qué breve la vida frente a la grandeza de la obra, porque el profesor salmantino que da clase en Valladolid y que aguarda esperanzado su vuelta a la ciudad que ama, muere de un infarto el 23 de diciembre de 1973.

En el tiempo de recuento, se acumulan las exposiciones en solitario, las colectivas, los libros que nos recuerdan su trayectoria, las láminas que nos enseñan aquello en lo que nuestra mirada ya no repara cuando paseamos la Salamanca que dibujó y pintó un escultor que tuvo la fuerza de habitar sus calles y plazas, trepar por sus paredes, convertir su fe en altar frente al que arrodillarse. Es la obra grande de un hombre que siempre tuvo la humildad y la constancia como cincel y martillo. Las manos llenas de una tarea dura y eterna. Y el caballo de piedra de Villamayor, iluminado por el sol, acariciado por la mies del tiempo, baja la testuz, noble y grande. Y la mirada recobra a Núñez Solé en toda su sentida, honda, profunda, serena belleza.

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