España llora, pero lo hace por partes. En España se está sufriendo, pero parece que sólo en algunas casas. Hay una España que blanquea a los muertos de esta tragedia sin pudor. En los balcones a las ocho siguen los aplausos, la música a partir de esa hora brota desde diferentes rincones como si este país estuviera viendo un momento de euforia y gozo. Hace días que esos ecos me molestan. ¿Quién se acuerda de los muertos?
Tengo la sensación de que muchos se olvidan de que España ya es el país del mundo con más fallecidos por habitante, más de 24.000, y el país con más sanitarios contagiados del mundo por culpa de una gestión política decepcionante en la compra de material sanitario que los propios profesionales han criticado y por la que ya se han rebelado, con razón. Lo que están viviendo en cada pasillo de Hospital sólo lo saben ellos, y eso no se soluciona con aplausos.
Esto es una realidad incuestionable. Nuestro Gobierno cuarenta y muchos días después de la declaración del estado de alarma presenta un plan de desescalada pero sigue sin ser capaz de hacer un plan de test masivos para normalizar la situación. La situación está mejorando, obvio, pero a consta de muchas vidas perdidas y muchos miedos. Yo no sé cómo lo habrían hecho si en esta crisis sanitaria los que gobiernan fueran de distinto color político, lo que sé es que el Gobierno actual de España ha defraudado continuamente con una política de improvisación, de fallos y de decisiones tardías.
Aún hoy, este mismo Ejecutivo elude cumplir el luto oficial por los muertos del coronavirus y pospone un homenaje a las víctimas cuando todo esto pase. La tragedia del Covid-19 es una de las más duras que hemos vivido en nuestra historia reciente, aunque no haya fotos de cadáveres cada día en prime time. Los muertos eran personas con nombres y apellidos. Los muertos de ese listado que escuchamos cada día y no deja de crecer tenían ilusiones, sueños y una vida. El sufrimiento que estamos viviendo no entiende de ideologías, es de todos y la instituciones deben mostrar sensibilidad y profesionalidad cuándo más lo necesitamos. Todos debemos llorar esas muertes, no sólo esos familiares que hoy están rotos o esos profesionales que están en primera línea de batalla. Esos muertos son también nuestros.
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