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Quinta carta
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Quinta carta

Actualizado 27/04/2020
María Jesús Sánchez Oliva

Maldito Coronavirus: Después de más de cuarenta días confinados en nuestras casas el gobierno autoriza a los niños a salir con cuatro condiciones: que vayan acompañados de uno de sus padres, que lleven un juguete pero que no jueguen con sus amigos, que no permanezcan más de una hora en la calle y que no se retiren de sus casas más de un kilómetro. Más que el paseo de los cuatro unos, yo lo llamaría el paseo de las cuatro tontunas. ¿A santo de qué viene ahora tanta preocupación por los niños?

Hasta antes del catorce de marzo (fecha en la que se declaró el estado de alarma), aunque no en sus casas, nuestros niños estaban confinados: salían de sus casas a la misma hora que sus padres, la mayoría ni regresaban para comer, los recogían por la tarde y llegaban con el tiempo justo de hacer los deberes, ducharlos, darles de cenar y meterlos en la cama. Solo los fines de semana podían disfrutar de sus padres y de salir a la calle a jugar y a nadie le preocupaba, en no pocos casos, ni siquiera a los padres. Si por alguna razón los niños no tenían colegio y los padres sí tenían que trabajar era una tragedia nacional. ¿Qué hacemos con los niños ahora? ¿Dónde los dejamos? ¿Por qué tienen que tener tantas vacaciones los maestros? Todos hemos oído estas frases en más de una ocasión. Ahora pasan todo el día en casa, sin que el despertador les dé la orden de levantarse en el mejor de los sueños porque hay que salir corriendo, sin que nadie les obligue a acostarse temprano porque hay que madrugar, jugando con sus padres, hablando con sus amigos por videoconferencia, aprendiendo a guisar, haciendo sus camas? y poniendo zaleos, muchos zaleos, porque mamá, aunque de vez en cuando se enfade, lo consiente todo. Más que un castigo, yo diría que es un regalo. Los niños, al menos los que yo conozco y no creo que sean la excepción, se han adaptado a la situación mejor que los adultos. Estoy segura de que recordarán esta etapa de sus vidas como un tiempo en el que para evitar que el coronavirus les hiciera daño tenían que estar refugiados en casa todo el día, y hacían sus deberes y se comunicaban con sus profesores a través de los móviles, y se disfrazaban de animales para repetir la comedia que habían hecho por carnavales, y se instalaban en el balcón una cabaña hecha con mantas para vigilar a los vecinos que se saltaban el confinamiento, y leían cuentos, muchos cuentos, y saltaban las olas que se estrellaban sobre el sofá que bordeaba la gran toalla de peces de colores que hacía las veces de playa en el salón? porque si algo quieren evitarles los padres además del contagio, es un mal recuerdo de estos días tan complicados para todos.

Ya sé que no todos los niños cuentan con unos padres que quieran o puedan hacerlos felices, que algunos, incluso, son maltratados por sus progenitores, pero esto no se resuelve con un paseo al día, de una hora, de un kilómetro, con un juguete y con un adulto que no los deje mover, hasta es posible que solo sirva para empeorar su situación, porque si no los protegen en casa, ¿cómo van a molestarse en cumplir todas las normas para evitarles un contagio??

Por todo esto y aunque solo sea por ellos, hoy no te lo ordeno, te lo suplico: ¡Muérete ya! Nuestros niños no pueden servir de conejo de indias, que es lo que parece que pretende el gobierno, porque si en catorce días, ellos o los adultos que los acompañen no se contagian, dicen, se empezará con el desconfinamiento de forma progresiva.

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