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Miedo al efecto Sísifo
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Miedo al efecto Sísifo

Actualizado 21/04/2020
Fernando Robustillo

Los días van pasando y esto se llama tiempo. La sabiduría popular nos dice que el tiempo es oro. Un simbólico metal que los médicos precisan para aprender de los propios enfermos.

Los primeros que nos dejaron, víctimas del coronavirus, desgraciadamente no se pudieron favorecer de tratamientos más eficaces que solo un par de meses después agrandan el conocimiento de médicos y científicos.

Las enseñanzas que sacamos de esto son que cada día es un paso hacia adelante para ganar la batalla al desconocido coronavirus. Y si este nos ha de coger, cuanto más tarde, mejor.

Nuestra labor de ciudadanos pertenecientes a otras actividades es la de cumplir escrupulosamente el Estado de Alarma y no enturbiar las investigaciones.

El confinamiento unos lo llevamos mejor y otros peor, pero seguro que servirá para conocernos un poco más a nosotros mismos. En el aspecto negativo, habrá quien se haya pasado la vida lamentando no tener tiempo para sus cosas y ahora que lo tiene no sabe qué hacer con él. Otros, que parecían caseros y no había forma de sacarlos de casa, nunca hubieran imaginado que habrían de pedir auxilio ante el riesgo de hacerse un presunto Rajoy.

Sabemos que existen multitud de opciones para llenar el ocio, como bailar, escuchar música, leer periódicos y libros, escribir, ver series y películas, etc., pero me temo que no serán pocos los que se quedarán en el sofá delante del televisor zapeando la información desde la Sexta a 24h. Y si esto es así y cuando te marchas a la habitación contigua crees que la televisión te dice "quédate", te puedo asegurar que tienes un problema: Has pasado de televidente a teledependiente (de nada, señores académicos, y cercano el Día del Libro, valgan mis respetos).

Quien escribe este artículo corre todos los días para que la televisión no le atrape, pero también ve diariamente al señor Simón y Cía. y, por supuesto, no queremos que el "bicho" sea letal en ninguna edad, pero los números son claros, y nos apena que un "herodes" de abuelos con nombre de perro, llamado COVID, esté detrás de ese gran número de fallecidos.

Después, pausadamente, miramos la gráfica y recordamos el "efecto Sísifo", pues siempre nos invade la nebulosa de que después del repecho cartesiano no venga un rebrote.

Sísifo, ya saben, era un desgraciado personaje de la mitología griega, legendario rey de Corinto, que fue reconocido como el más astuto de los hombres, y a su muerte, por envidias de los mandamases del Infierno, fue condenado a subir un pesado peñasco por la ladera de un monte. Y siempre con el mismo resultado: próximo a la cúspide, se le escapaba irremediablemente y debía comenzar de nuevo.

Así estará aún, ya que la leyenda le obliga a permanecer en ese estado toda la eternidad.

Desde luego no era bueno el Infierno de los griegos. En la actualidad, la cosa está más civilizada. Los últimos papas, después de la tabarra que nos dieron en la infancia, ahora dicen que el Infierno ya no existe, y paradójicamente algunos herejes se niegan a creerlo y piensan que el Infierno existe y está en la Tierra. Y muy cerquita: lo sitúan en esa red de cuyo nombre no debo acordarme.

Por allí, como si fuera una chatarrería, escarban algunos insensatos hasta que encuentran el bulo, que muchas veces suele coincidir con la contranoticia del día. Nunca los bulos fueron buenos, pero son aún peores en los tiempos del coronavirus. Amigos, hay que sumar esfuerzos para salvar vidas. Saber distinguir el tallo de las hojas y no tomar la equivocación por un ataque a la libertad de expresión.

Me marcho a hacer deporte. Nueve mil pasos por la casa te dejan baldado. Después no sé si podré levantar las piezas. ¿No hay que levantarlas? Ah, se me olvidaba, después hago ajedrez online.

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