Frente al nuevo y taimado comunismo de Unidas Podemos y sus afines, no deja de ser curioso que se alcen bastantes comunistas de antaño, totalmente desengañados de esa sangrienta utopía.
No hace falta recurrir a los nombres de Jiménez Losantos, Pío Moa, Tamames o Sánchez Dragó, porque somos bastantes más los que en algún momento militamos en aquellas creencias como camino hacia una democracia para España, puesto que casi nadie más se oponía al franquismo.
Visto en perspectiva, además, y con el recentísimo cercenamiento de libertades sociales y políticas de estos días, algunos de aquellos camaradas de la época me dicen que no sólo estábamos equivocados sobre las bondades taumatúrgicas del comunismo, sino que no se sentían menos libres entonces que ahora para pensar como les da la gana.
Peligrosa afirmación, la suya, no ya contra la verdad histórica, seguramente, pero sí contra la Ley de Memoria Histórica, que exige abominar de todo lo de aquella época, menos de los partidos de fútbol y los paradores de turismo, supongo. Así que estos amigos, perseguidos entonces, pueden serlo ahora y con nuevas figuras jurídicas, como las del vago y oportunista delito de odio, por ejemplo.
Está visto que no aprendemos de la Historia, entre otras cosas porque han conseguido que ignoremos hasta nuestras propias historias personales bajo el mando de una verdad única e impuesta aceptadamente como algo biológicamente natural e indiscutible.
No estaría de más, por eso, un congreso de antiguos militantes o simpatizantes del comunismo, que es la ideología que ha producido más desencantados y tránsfugas, eso en el caso de haber podido contarlo. Ése, el de la desilusión colectiva es, probablemente, el mayor resultado de una ideología ayuna de mayores logros.
Enrique Arias Vega
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