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La penúltima jugada
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La penúltima jugada

Actualizado 20/04/2020
Francisco López Celador

A pesar del trabajo a toda máquina del aparato de propaganda -que echa humo en La Moncloa-, las evidencias siempre acaban asomando. De fronteras para dentro, el descontento y las protestas ya se oyen más que los parabienes. Por un lado, los empresarios -grandes, medianos y pequeños- se sienten utilizados por un gobierno que no disimula su fobia al capital -ajeno-, ni acaba de ablandar su política recaudatoria. Por el otro, la gente que está en activo, y tiene nómina, podemos agruparla en tres grandes colectivos: funcionarios, personal sanitario y el resto. El primer grupo no ve amenazado su empleo, el segundo lo que ve peligrar es su propia salud, y el tercero lo ve todo muy negro. No hace falta ser un lince para darse cuenta que está disminuyendo, a marchas forzadas, el número de votantes que se inclinaban por Sánchez. en estos tres grupos ¿Solución? Poner a calentar, inmediatamente, el horno del C.I.S. ¡Marchando una de preguntas, con su correspondiente respuesta! Además de intentar dinamitar esa libertad de expresión a la que se agarran tantas veces, están enseñando su uniforme de dictadores por debajo del disfraz de demócratas, y dan por sentado que los borregos somos los demás. Van a llevarse más de una sorpresa. El chef Tezanos me recuerda a un profesor que no solía extremar la vigilancia en nuestros exámenes escritos y, cuando se lo comentábamos, contestaba cínicamente: no me importa que copiéis porque, cuando hacéis el examen, ya tengo las notas puestas.

De fronteras para fuera, por culpa de tan mala gestión, estamos en boca de no pocos dirigentes -aunque algunos se escuden en nuestra ineficacia para disimular la propia. En lo que debía constituir la principal preocupación, aquello que más valor tiene en esta crisis -las vidas humanas-, batimos todos los récords mundiales. Por más que se empeñen en buscar justificaciones a las cifras que delatan su mala gestión, ya no convencen a nadie. Aquí no valen excusas. Se han hecho las cosas mal y se siguen dando palos de ciego. Han desaprovechado la experiencia que se saca de los fallos ajenos. Hemos tropezado en las mismas piedras, pero con más estrépito. El gobierno, forzado por el clamor general, acude a las sesiones de control y, cuando se le pide una justificación ante lo trágico de nuestra abultada cifra de fallecimientos, haciendo gala de una soberbia interpretación teatral, se rasga las vestiduras, pero ignora la pregunta. Tampoco existe otra nación cuyo personal sanitario contagiado sea más del 15 % del total. Estos números son muy tozudos y, aunque no sean dignos de aparecer en las encuestas del Sr. Tezanos, están ahí.

Claro que existen otros gobiernos, realmente socialdemócratas, como el de Portugal, que utilizando el sentido común han dado tal vuelco a la situación económica que son modelo a seguir por la U.E. y, de paso, tienen un índice de mortalidad por cada millón de habitantes diez veces menor que el nuestro. Grecia, con gobierno conservador, pero en situación geográfica por lo menos tan peligrosa como la nuestra ? no en vano es la puerta oriental de entrada a Europa- lo tiene casi 50 veces menor. Conclusión: otras muchas naciones han tomado las medidas que indicaba la lógica, han sabido escuchar las advertencias de los científicos y no se han valido del problema para hacer política. Los resultados están a la vista.

Son precisamente esos resultados los que están llevando al gobierno a tomar algunas decisiones precipitadas que puedan equilibrar ese malestar, que nunca se reflejará en las encuestas del C.I.S. pero que ellos conocen perfectamente. Decir que a Pedro Sánchez no le preocupa el COVID-19 sería injusto. Sin embargo, tiene otra preocupación que también le quita el sueño: un socio de gobierno que le está segando la hierba debajo de sus pies y, aunque no sean todas de su agrado, se ve obligado a tomar decisiones claramente populistas, más propias de un régimen marxista bolivariano que de un gobierno socialdemócrata. Va a remolque de Pablo Iglesias. Ahora bien, que nadie piense que está obligado a seguir esa conducta. Lo hace porque se lo pide el cuerpo, porque no tiene nada en común con partidos como PP o Cs. Basta con observar el rictus que pone ante comentarios de estos políticos conservadores y el arrobamiento que le producen las palabras de Iglesias. Le va la marcha y, sobre todo, le vuelve loco el poder y sabe que pactando con la derecha no volvería a pisar en La Moncloa.

De ahí la penúltima maniobra de Sánchez, supongo que salida de su confesor Redondo: repartir "el muerto" con más responsables. Si hasta hoy, haciendo las cosas mejor que nadie, somos un desastre, lo que se nos viene encima debería ser para echarse a correr. Le amenazan el coronavirus y la "coronacrisis económica" y, cuando las cosas se pongan feas -que se pondrán-, hay que repartir las culpas con los demás. En La Moncloa se ha tocado a rebato y, por encima de todo, hay que implicar a todo el mundo: partidos políticos, empresarios, sindicatos, medios de comunicación, etc. Pero, poniendo especial énfasis en involucrar a quienes ahora critican la labor del gobierno. Deben aceptar ese pacto de Estado porque sí, sin contrapartidas; es decir, sin poder oponerse a lo que se considere una barbaridad, a lo que vaya contra el espíritu de nuestra Constitución o de las formas democráticas. Como el padre que pega a su hijo y no le deja llorar.

Así están las cosas cuando Sánchez chantajea a la oposición. ¿Y qué es lo que observa esta oposición? Un completo caos. Ve, con tristeza, un gobierno que no ha sabido atacar el problema de la pandemia con eficacia. Que no dice la verdad cuando, teniendo información de lo que sucedía en otros países, se critica su implicación política potenciando una manifestación y autorizando algún partido de fútbol o algún mitin, verdaderos culpables del vertiginoso contagio de la población. Que maquilla todas las estadísticas que puedan significar la confirmación de su ineptitud. Que miente cuando asegura que no está padeciendo enfrentamientos internos en el consejo de ministros. Que vuelve a mentir cuando afirma que todas las autonomías aprueban su desafortunada forma de terminar el curso escolar. Que con sus medidas está acelerando la caída de hasta un 8% de nuestro PIB, según pronostica el FMI. Y que, para ser sinceros, tiene un solo ministro que cumple con su función eficazmente: se llama Cristóbal Montero y le ha proporcionado los Presupuestos que no puede aprobar en el parlamento, por tercer año consecutivo. A todo esto, y alguna cosa más, quiere Sánchez que la oposición diga amén. No importa que previamente la menosprecie, la insulte, o permita que alguno de sus ministros lo haga. Los primeros que han pasado por su Aló Presidente salen convencidos de que su plan es sólo fachado, no hay medidas concretas, salvo la consabida arenga sobre el deber de Estado. Será el mismo deber que su partido alegó para romper en secreto algún pacto antiterrorista.

Los que no acepten las condiciones del aprendiz de dictador, no serán dignos de representar a nadie. Pero si las aceptan, ya saben que no podrán quejarse de las consecuencias. Si Sánchez no admite que la oposición le exija la firma de un documento en el que se comprometa a no poner en peligro la unidad, la paz o el ordenamiento jurídico actual, es porque lo que de verdad desea es una oposición de usar y tirar. Algunos de los que se entrevistan con él lo hacen porque quieren de verdad que España resurja de sus cenizas y como homenaje a los fallecidos y reconocimiento a sus familias.

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