Recogidos en la casa, enclaustrados en las estancias cotidianas. La procesión no solo va por dentro, sino que nos recorre por entero haciéndonos llorar por los que no están, por los que se fueron sin el estrépito social con el que despedimos a los nuestros, a los que, por ley de vida, nos dejan aquí, en la calle de la amargura. Una generación que supo cuidar a los suyos y a la que no hemos sabido cuidar, enviados por la prisa y la falta de espacio en nuestros trabajos y días a la cómoda paz del confinamiento? Residencia de luz donde la calma tiene cuidador ajeno. Residencia de paz donde hoy se baten en retirada, rendidos, agotados, impotentes.
La calle tiene un regusto de sol y un eco de voces. El niño que juega solo en la terraza con un balón que se estrella contra todas las certezas. Su grito resuena en las calles, se dobla en las esquinas, nos recuerda la vida que resucita? y entonces sí, la sombra que nos falta le entrega la paga dominical como una ofrenda.
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