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Diario de una pandemia (8)
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Diario de una pandemia (8)

Actualizado 07/04/2020
Tomás González Blázquez

Diario de una pandemia (8) | Imagen 1

SÁBADO 4 ? SÁBADO DE PASIÓN

Tenía decidido apostarme en Berrueta, justo en la esquina de la antigua plaza de toros, allí donde una puerta de una antigua huerta espera ser abierta, para ver pasar a la Cofradía del Rosario con la Vera Cruz como dosel para su Cristo de la Redención, centro del futuro grupo escultórico de la Santa Cena. Las decisiones humanas se han revelado frágiles una vez más, así que ni yo estoy ahora en Berrueta, sino de guardia en Alcañices; ni el Rosario enfila el Paseo de las Úrsulas, sino que San Esteban custodia la talla de Navarro Arteaga, para ojalá verla salir en 2021; ni los cofrades franciscanos de la Humildad ultiman en San Martín los preparativos para acompañar al crucificado de Mayoral, sino que esta noche rezarán de forma bien distinta por sus intenciones de siempre, los cristianos perseguidos y los de Tierra Santa, pero añadiendo a las víctimas de la pandemia. No lo harán en las calles, sino que se sentirán más que nunca unidos a las comunidades de clausura, porque permanecerán en sus casas. El hábito será quizá el pijama, su antorcha una vela sobre la mesa camilla; su oración, la misma; su sentimiento, tan necesario como siempre. Porque esta Semana Santa, qué bien lo escribe Ana, será santa.

Desde ese punto de partida, mientras me adentro en La esencia de Dani, se me va pasando una víspera de Ramos en la que me he permitido el lujo de anticipar mi estreno: ¡una mascarilla! Una de esas que tan diligente y racionalmente nos reparte Rafa, mi amigo desde hace veinte años casi y mi compañero desde hace un par de meses. La mascarilla, su uso y sus tipos, sus indicaciones y sus reutilizaciones, es uno más de los asuntos que ocupan programas y conversaciones en estos tiempos pandémicos. Se lee mucho sobre todos ellos: confinamiento restrictivo sí o no, test masivos (¿fiables?) sí pero no, cuarentenas de sanitarios sí hasta cuándo? Leo opiniones diversas, no demasiadas. También estimaciones de matemáticos y virólogos, cálculos de epidemiólogos y economistas, aportaciones de sociólogos y psicólogos, objeciones varias? Todo sirve, todo es digno de ser escuchado y tenido en cuenta. Sin embargo, me perderá lo que vivo a diario, y lo que experimentan con una intensidad superior algunos compañeros, en todas esas estimaciones, cálculos, aportaciones y objeciones echo de menos el peso difícilmente cuantificable, aquí y ahora, de la complejidad del manejo médico de la enfermedad. Muchos pacientes asintomáticos, de acuerdo, y muchos leves. Pero también evoluciones rápidas, inesperadas, con una presentación de síntomas inespecífica, frecuente divergencia entre los hallazgos radiológicos y los microbiológicos? y la dificultad diagnóstica que tiene como consecuencia la duda en la actitud a seguir con el paciente, en un contexto de agotamiento de los recursos sanitarios (camas de hospital, plazas en la UCI, complicaciones para un correcto aislamiento en domicilios y residencias?). Escucho ahora mismo en Tiempo de Juego la llamada de socorro de Soria: ochenta y tres fallecidos en marzo de 2019, doscientos sesenta y cinco en 2020. Es el primer dato de exceso de mortalidad que he conocido. No añadiré más por hoy.

DOMINGO 5 ? DOMINGO DE RAMOS

Si logro volver a la escritura es gracias al Cristo de San Marcello al Corso, llevado a San Pedro del Vaticano. Ha sido al que he mirado hoy, a través de la retransmisión de La Dos, en un Domingo de Ramos que me ha recordado a mi amigo Manu, que en su Erasmus romano vivió esta fecha allí y me trajo como recuerdo el libreto de la ceremonia y unas hojas de olivo. Creo que fue la primera Semana Santa de Benedicto XVI. Este abulense de categoría batalla hoy contra el virus como médico en la vertiente francesa de los Pirineos.

Mirar a ese crucifijo y seguir la celebración presidida por el Papa Francisco me ha trasladado por un momento a la Vera Cruz, a su puerta cuando son las nueve de la mañana, donde se bendice siempre sin escatimar agua bendita "a los ramos y a las personas". Fresco recuerdo de otra frase repetida cada Pascua por Don Pedro, hisopo en ristre, que vale aplicar ahora, cuando las personas, en nuestro ser y nuestro hacer, somos el laurel de alabanza y el himno que proclamamos sin podernos juntar para entonarlo. Tampoco he degustado el tradicional chocolate con churros, aunque después de la empanada de Melissa, la tortilla de Ana y el flan de Elba en la guardia de ayer no soy quién para añorar sabores. La tercera parte de mi trilogía iba a ser una junta general de cofrades, sesión ordinaria que lo extraordinario pospone y que, espero, retomaremos con unidad restablecida, con diversidad entendida y con la necesidad compartida de crecer en la coherencia del testimonio que damos en la calle.

Porque, ¡cómo pasa el tiempo!, este Domingo de Ramos iba yo a cumplir mis bodas de plata procesionales. Veinticinco años desde aquel desfile abrileño (fue el 9), con mi ramo de laurel recién bendecido (que no llegó entero a la Catedral porque hubo peticiones insistentes desde la acera), el plegado capuchón azul sostenido por la otra mano y el paso de Jesús Amigo de los Niños, cincuentenario, abriendo la Semana Santa salmantina de 1995. Colocados cuidadosamente por Jesús y Ezequiel según estatura, detrás de mí iba Luisa, y detrás de Luisa, una chica muy espigada, una tal María Teresa, "la sobrina de Escudero". Luego la vida hace de las suyas, la Providencia interviene, y fue otro Domingo de Ramos, el de 2007, cuando? aunque ella, dice, se enteró más tarde.

Valga la anécdota personal para subrayar la importancia de una fecha esperada por tantos durante todo un año, y todavía más por los buenos amigos de La Borriquilla, el Despojado y el Perdón, al que María y yo hemos acompañado varias veces por su Camino de las Aguas. Poseedores ya de tantos recuerdos del pasado como proyectos futuros, nos define Abraham a los cofrades de nuestra generación como nietos de Don Primo, aquel anciano que nos abordó una tarde en los jardines de las Salesas a un grupito de chavales del Amor de Dios, que volvíamos de la clase de gimnasia en el pabellón Usera. A mí me sonaba mucho, y pronto caí en la cuenta de que era aquel hombre que, cada Domingo de Ramos, con su hábito hebreo, portaba la palma tras el paso. Alargué la conversación improvisada al desvelarle mi condición de cofrade, y él la anudó con un mensaje de aliento para seguir luchando por conservar y engrandecer una tradición por la que tanto se había esforzado. Se fue feliz. Y yo más. Hoy, gracias a Abraham, he puesto fechas a la vida de Don Primo. 1912: nació el año de mi abuelo Tomás, quien me vio por última vez el Domingo de Resurrección de 1995, y era la primera vez que me veía con la túnica de cofrade de la Vera Cruz. 2001: murió el año de mi abuela Carmen, quien me transmitió la fe llevándome primero en la sillita y luego de la mano hasta la misma acera de la Semana Santa, y aquel invierno del 95, me acompañó al locutorio del convento de las Esclavas para que me cosieran mi primera túnica. Pues sí, claro que soy nieto de Don Primo. Y cada Domingo de Ramos, cuando pasa su hermandad, guardo un momento para recordar aquellos cinco minutos en los jardines de las Salesas.

LUNES 6 ? LUNES SANTO

Este día siempre es silencio conseguido después de todo. Un silencio suplicado, interior, peregrino. Silencio de la Vera Cruz a la Catedral y vuelta. Brazos en cruz los del Cristo, manos en plegaria las de la Virgen. Doctrinos y Amargura. Fe viva en un hombre muerto, el Hijo, y Soledad acompañada en una mujer puesta a prueba, la Madre. Así es siempre y así será hoy si conseguimos el silencio interior, peregrino sin pasos, suplicado como siempre. Silencio de la fe que ayer hizo palabra Enrique, para sus cofrades del Despojado, desde La Merced, en un testimonio tan auténtico como el escrito por Pedro en su soledad, la misma experiencia vivida por Juan y por tantos otros compañeros "positivos" que están deseando volver a una primera línea en la que la tendencia descendente en el número de fallecidos cae como un paradójico soplo de esperanza.

Cada Lunes Santo ayuda a callar, a buscar dentro y removerte un poco mientras vas haciéndote a tu cirio, tambaleado por las brisas de la noche. Ganada la cumbre de la Compañía se hacen vendaval. Traspasado el umbral catedralicio, la llama deja paso a la Luz que no cesa. Luego, enviada por ella, otra vez la tenue luz en minúscula, hilera de luces de dos en dos. Pequeñas pero maduras. Mejores. Más cómplices aún del silencio y de la búsqueda. Que 2020 haya dejado guardado el cirio en el arcón, y el hábito en el armario, y los pasos en la capilla, no me impide un deseo confesable y posible: que en 2021 estemos todos, los que íbamos a estar y los que no. Porque somos azules.

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