La prueba que estamos soportando estas últimas semanas tendrá consecuencias difíciles de imaginar. Muchas de nuestras costumbres se verán alteradas, y nuestra forma de relacionarnos sufrirá cambios a los que no estamos acostumbrados.
Quizá este tiempo de confinamiento nos impulse a diseñar fórmulas de sostenimiento de nuestro planeta, tan maltratado por la mala gestión de los recursos, y el consumo desbocado al que nos ha llevado la perversión de las costumbres. La vida, que es lo más valioso que tenemos, hoy está seriamente amenazada.
¡Qué paradoja! Mejora la calidad del aire cuando no podemos respirarlo. Mucho tenemos que aprender de esta desgraciada circunstancia. Lo cierto es que, el mundo, no puede seguir como hasta ahora. Quizá este desagradable episodio sirva para abrirnos los ojos, y también la mente, para comprender la magnitud de nuestros errores, respecto a la forma de vivir.
En otro orden de cosas, he observado cómo en algunos medios de comunicación se ha reducido el tiempo dedicado a las tertulias, tan largas como insustanciales. Es como si la situación en la que nos encontramos nos hubiera quitado las banalidades y tonterías de la cabeza, porque hay cosas más importantes en las que emplear el tiempo.
Hoy toman la palabra aquellos que conocen, con mejores criterios, la situación en que nos encontramos. Naturalmente, hablo del personal sanitario, que en estos momentos lucha contra un enemigo invisible. A pesar de ello no se quejan, ni pontifican sobre el trabajo que realizan. Muchos tendrían que copiar su conducta. Pues el engaño nunca fue buen negocio, a pesar del alto precio que pagan los incautos.
Este episodio pasará, estoy seguro, pero la herida que dejará en nuestro corazón tardará en cicatrizar. Sobre todo, por la cantidad de seres queridos que nos abandonan sin el consuelo de la cercanía en momentos tan trascendentales. Espero que Dios los acoja, y les entregue por nosotros ese abrazo que no le pudimos dar cuando más lo necesitaban.
Manuel Lamas
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