Comienzo a escribir estas líneas con un telón de fondo desolador. Las portadas de los periódicos nos anuncian, cada día, las estremecedoras cifras de muertos y contagios por el coronavirus en nuestro país. Y vemos cómo va pasando el tiempo, desde nuestr
Seguro que a primeros de marzo te tomaste aquella caña, hiciste aquel viaje, diste aquel paseo, aquel beso? sin saber que esa sería la última vez que lo harías por un largo período de tiempo.
Y la verdad es que vivimos un momento muy duro. Es como si nuestra vida pasara ahora a cámara lenta. Una cámara que graba calles desiertas, tiendas cerradas, colegios vacíos, parques sin niños? y una cámara que nos presenta hospitales colapsados, residencias desbordadas, morgues improvisadas?
Pero esa cámara también graba a esos trabajadores que cada día se arriesgan y salen a la calle para que no nos falte de nada; a esos transportistas que, casi sin descanso, trabajan con tesón para que la cadena no se pare; a esas empresas que han dado un giro a su actividad y ponen todos sus medios para frenar esta crisis; a las Fuerzas Armadas y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, que redoblan esfuerzos para protegernos; a esos sanitarios que se dejan la piel, y muchas veces la vida, para salvar la nuestra.
Esa cámara de nuestras vidas nos presenta a todos esos españoles que a las 12.00 se paran a recordar a los fallecidos por esta crisis, y con el himno nacional de fondo les rinden un sentido homenaje: son nuestros compatriotas, y nunca les olvidaremos. Esa cámara graba también cada día, a las 20.00, a todos los españoles que salen a su balcón, esos escenarios improvisados, esos platós ciudadanos que aplauden, emocionados y agradecidos, pero sobre todo con mucha esperanza, a quienes luchan por protegernos, deseando que todo esto pase pronto.
Estamos redescubriendo esa solidaridad ciudadana que, no sé muy bien por qué, tendemos a esconder en el día a día. Estamos conociendo a nuestros vecinos, conviviendo con nuestras familias, dedicando el día a todas esas cosas que teníamos aparcadas por falta de tiempo? porque somos conscientes de que esa es la mayor contribución que podemos hacer para que, pronto, volvamos a salir a la calle.
En esta guerra que estamos librando, contra un enemigo muy diferente y con unas armas, desde luego, nada habituales, todos tenemos un papel y seremos clave para ganarla. Sus soldados son héroes que no llevan relucientes armaduras, sino batas y mascarillas, y no siempre, cuya vocación y su compromiso nunca podremos agradecerles lo suficiente.
Pero es evidente que las personas que nos defienden en primera línea de batalla necesitan toda la protección, necesitan todo el apoyo de la sociedad, no solo moral sino material, para que podamos resistir. Y esa sociedad es el Estado, y a ese Estado le representan nuestras Administraciones y Gobiernos, que no pueden desperdiciar el bien más preciado en este momento, el tiempo, porque se juegan la vida de todos los ciudadanos.
No es momento de discrepancias, de divisiones ni de reproches. Es momento de arrimar el hombro. Pero eso no significa que valga todo. Eso significa que hay que contar con los nuestros, pero también con el que está al lado y con el que está enfrente, para que entre todos consigamos vencer, porque el virus no hace diferencias, ni políticas, ni económicas, ni sociales.
Es momento de hacer valer, aún más, nuestro sentido del deber, nuestra responsabilidad ciudadana y nuestro patriotismo. Hemos de sentirnos orgullosos de formar parte de un gran país: España. Pero tenemos que seguir sintiéndonos orgullosos siempre, y para ello no podemos dejar que la vida de quienes han levantado este país, que la vida de quienes nos han permitido ser hoy lo que somos, y vivir como vivimos, a base de esfuerzo, con sangre, sudor y lágrimas, se desvanezca por falta de esfuerzos. Y no creo que sea necesario recordar que nuestros sanitarios no son quienes flaquean en el esfuerzo; pero ellos no podrán vencer la guerra sin escudos y sin munición.
Vivimos un momento excepcionalmente complicado, con situaciones y realidades que nos sobrepasan, que jamás imaginábamos y que producen en nosotros desazón, miedo e incertidumbre. Vemos situaciones que nos empañan los ojos de lágrimas, que nos sumen en la tristeza y que nos desconsuelan; hijos que pierden a sus padres, amigos que se separan para siempre, y todo ello con el amargo pesar de no poder despedirse.
Pero estamos a las puertas de la Semana Santa, y se presenta ante nosotros la ocasión propicia para la esperanza. Vamos a conmemorar la Pasión y la Muerte de Jesús, su calvario en la Cruz, su sufrimiento. Vamos a recordar cómo le condenaron, le torturaron y acabaron con su vida, y cómo le lloraron los que le seguían.
Pero vamos también a celebrar como RESUCITÓ, como brilló la luz, cómo se obró el milagro, como siguió la vida, esa vida de la que hoy somos testigos. Esta es nuestra auténtica esperanza.
No lo dudéis: juntos conseguiremos salir adelante, como siempre lo hemos hecho. Juntos nos levantaremos de nuevo. Juntos recordaremos, en un futuro no muy lejano, aquellos días en que hicimos frente a uno de los mayores desafíos de nuestra historia reciente. Hagámoslo juntos, y mañana lo recordaremos juntos, sin que nos falte nadie a nuestro lado.
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