Las evidentes contradicciones del Gobierno ante la actual catástrofe nacional animan a algunos a pronosticar que quedará en minoría parlamentaria y que se abrirá así un período electoral.
Quia.
Es precisamente en la contradicción y el desconcierto donde mejor se mueve Pablo Iglesias, a quien la crisis le ha venido de cine. Ya, ante una eventualidad ni remotamente parecida a ésta, se había desembarazado de todos sus escuderos de la primera hora ?Alegre, Bescansa, Errejón,?? para tener un grupo revolucionario de afines a macha martillo, con sus puestos en precario, dispuestos, como diría Lenin, a dar todo el poder a los soviets, es decir, en este caso, a los perjudicados por el desastre económico que ellos mismos coadyuvan a conseguir.
A todos los demás socios parlamentarios, por activa a por pasiva, no les queda otra alternativa que el seguidismo. ¿Dónde podrían lograr mejor sus fines, separatistas o sectarios, que con el actual Gobierno de Pedro Sánchez? ¿Les queda otra disyuntiva?
Ni siquiera le sucede al Partido Nacionalista Vasco, el más templado y burgués de todos ellos, si no quiere dejarles el santo y seña de Euskadi a los muchachos de Bildu. Y tampoco a un PSOE a quien su actual dirigente ha purgado a modo y manera para ser así un partido casi personal.
¿Y las elecciones?
¿De qué elecciones hablamos cuando se está en una serie de estados de alarma concatenados, ante una más que previsible economía de guerra, en una UE cuarteada por los contradictorios planes presupuestarios de sus cada vez menos socios?
¡Cuán largo me lo fiáis!, como decía burlonamente el Tenorio de Tirso de Molina. Nunca un Gobierno ha estado tan aferrado a un flotador, averiado, eso sí, pero que al fin y al cabo un flotador que se lo hurta y se lo niega a sus adversarios, para ver si consiguen ahogarse ellos solos a brazo partido.
Habrá elecciones cuando no quede otra, sí. Pero tampoco sabemos qué país quedará entonces o si los designios leninistas del momento lo harán tan irreconocible que ya no pueda considerarse como tal. Porque la otra hipótesis, la de que pueda ganar la derecha, llevaría a la insurrección callejera a una extrema izquierda que cree que la calle, el Gobierno, la razón y la moral son suyas y que su rivales son simplemente enemigos a abatir en benemérita defensa de la especie humana.
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