Superados ya los mil artículos publicados durante años en prensa local y nacional, hoy se me hace especialmente difícil escribir la crónica de este domingo, porque lo que quiero expresar no es aconsejable decirlo, y lo que puedo escribir no es lo que desearía comentar.
Contradicción que origina fuerte lucha interior entre mi corazón y mi cabeza, dictándome el primero renglones que desaprueba mi cerebro, porque la razón pone freno al sentimiento, ahogando lo que me dicta la conmoción interior que pide gritar desde esta columna el rechazo que siento a la situación creada por una determinada clase social que se ha pasado años brindando ante el espejo.
Guardo, pues, mi repulsión y oculto contra mi voluntad el recuerdo de todo lo sucedido durante los últimos años, hasta llegar a este remate mortuorio donde estamos inmersos, observando que el buitre negro de la parca no sobrevuela las cabezas de quienes lo han amamantado, sino la de los eternos perdedores, privados de sus derechos vitales por razones deshumanizadas que solo han comprendido los jiferos en sus despachos.
El sentimiento pugna en íntima rebeldía contra lo políticamente correcto, silenciando el grito contra los castizos que nos han invadido, tan peligrosos como el virus que nos amenaza, ocupados en pintar los dinteles de sus puertas con sangre de inocentes corderos sociales para evitar que el ángel exterminador de la pobreza y el desamparo se detenga en sus casas.
No es fácil escribir cuando las entrañas pugnan por verter toda la bilis acumulada desde que la democracia que soñamos muchos se convirtió en meretriz al servicio de la ambición personal, y el poder sobre la vida de los demás pasó a manos de quienes han protagonizado el juego del que solo se han beneficiado los organizadores de la partida, llenándoseles la boca de mentiras y palabras contradictorias con sus actitudes.
No es fácil escribir cuando se ha perdido la ilusión tras pregonar durante años en el desierto para oídos sordos, la urgencia del regeneracionismo político, el compromiso con los ciudadanos, la necesidad de rearme moral de la sociedad, el respeto a la vida, la igualdad entre las personas y la vocación de servicio público como garante de gestiones que a todos beneficien, excluyendo castas y sectarismos.
Espero que en estos días de confinamiento doméstico meditemos y revitalicemos fuerzas para luchar juntos por lo derechos sociales fundamentales que los recortadores pusieron en almoneda en tiempos no muy lejanos; y que los dormidos ante la crisis que está convirtiendo en morgues los hospitales y residencias, tengan feliz descanso en un iglú de la Antártida.
Si realmente nos merecemos todo lo que nos está sucediendo desde hace dos décadas, debemos aceptar como desgraciado mérito el haberlo conseguido; pero si no lo merecemos, algo tendremos que hacer en las barricadas democráticas para recuperar cuanto hemos perdido, enviando al Polo Norte a los depredadores, por muchas rendijas que tenga la justicia para evitar su deportación y gateras la Ley Electoral por donde escaparse del castigo.
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